Forcades, durante la entrevista en el Monestir de Santa Família, de monjas benedictinas, en Manacor. | Alejandro Sepúlveda - ALEX SEPULVEDA

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Teresa Forcades (Barcelona, 1966), monja benedictina, médica y teóloga, goza de popularidad, sobre todo en Cataluña, por su activismo religioso, científico y político. Estos días ha estado en el Monestir de Santa Família, de su misma orden, en Manacor. En la capital del Llevant ha ofrecido este lunes la conferencia Església i dona: la telogia feminista, organizada por la Obra Cultural Balear.

La mujer en la Iglesia es un tema eterno, recurrente.
—Desde el punto de vista organizativo, con el papa Francisco ha habido novedades respecto a cuestiones que ya eran urgentes. En 2022, elaboró un documento de reforma de la curia por el que cualquier laico, cualquier bautizado, puede ocupar los cargos administrativos más altos de la Iglesia. La consecuencia ha sido que tenemos una prefecta, el equivalente a ministra, de Órdenes Religiosas. Se trata de Simona Brambilla, una religiosa misionera y enfermera que, en su ámbito de gestión, está por encima de obispos y cardenales. De hecho, 780.000 personas dependen ahora de ella, de las que 620.000 son mujeres. Tenemos otras mujeres en altos cargos, como el caso de la laica argentina Emilce Cuda, que es corresponsable de la Comisión Pontifical para América Latina. Es importante la visibilización de mujeres en puestos de poder.

Pero se aspira a algo más que a la estructura organizativa, ¿no?
—Sí, no hay duda de que se avanza a paso de paquidermo y no lo estoy justificando. Siempre hay una inercia de resistencia al cambio. En el caso de la Iglesia, las causas de esa lenta evolución son las mismas que las de la cultura patriarcal. Todavía existe una necesidad masculina de ocupar áreas de poder donde no se quiere competencia, cuando de lo que se trata es de avanzar sin unos patrones patriarcales. La plenitud humana se consigue haciendo como Cristo, más allá de ser hombre o mujer.

Todavía estamos viendo imágenes como la de aquellas monjas limpiando un altar ante la mirada del Papa y altos cargos eclesiásticos, todos ellos hombres.
—Sí, eso fue en la Sagrada Familia, en Barcelona. En efecto, la imagen fue terrible, con un presbiterio lleno de hombres. Esa imagen me dio mucha tristeza, pues las comunidades de religiosas tienen mucha fuerza y vigor. Fue una oportunidad perdida para dar una imagen real de las religiosas.

Fue muy sorprendente ver la función que se otorgaba a esas religiosas.
—Sí, pero no siempre se han dado esos estereotipos de género. El mensaje de Dios para Juana de Arco, una mujer analfabeta, fue guerrear y para San Francisco de Asís fue proteger la naturaleza, cuando parece que esos roles deberían estar intercambiados. La propia Teresa de Ávila era más fuerte y batalladora a medida que cumplía años, todo lo contrario que podía pensarse de una mujer de avanzada edad en su época.

¿Pero llegaremos a ver mujeres ordenadas sacerdotes?
—No se trata de que Francisco o cualquier otro papa decida un día que las mujeres pueden ser sacerdotes. Este tipo de cambios profundos tienen que venir desde abajo. Juan XXIII impulsó cambios profundos en la Iglesia con el Concilio Vaticano II, pero lo hizo porque había movimientos anteriores que empujaban desde abajo. Las imposiciones desde arriba no funcionan. Ahora mismo hay un movimiento de mujeres ordenadas sacerdotes. Son más de 300 y han sido todas excomulgadas. Fueron ordenadas por dos obispos ante notario, pues ante la Iglesia era inviable. Y hay mujeres obispas que a su vez pueden ordenar sacerdotes. El arzobispo Marcel Lefevre fue también excomulgado, pero Benedicto XVI levantó la excomunión. Podría pasar lo mismo con estas mujeres. También nos encontramos con paradojas, como la de alguna religiosa que enseña homilética, que es el arte, la ciencia y los principios de la retórica para la predicación, y resulta que ella misma no puede predicar.

¿Pero en qué situación nos encontramos ahora mismo?
—Pablo VI convocó la Comisión Bíblica Internacional en los años 70 del pasado siglo y se estudió la cuestión durante dos años. La conclusión fue que no había objeción para que las mujeres pudieran ejercer el sacerdocio, pero no era el momento, según la propia decisión del papa.

Pues ese momento sigue sin llegar.
—Benedicto XVI estableció como definitivo que las mujeres no pueden ser sacerdotes, pero definitivo no es un concepto eclesiástico. Las cuestiones eclesiásticas pueden ser dogma o no. En cualquier caso, Benedicto XVI no estableció como dogma que las mujeres no pueden ser sacerdotes.

¿Y Francisco qué ha dicho al respecto?
—De momento, que las mujeres no pueden ponerse al frente de la liturgia.

Al final, las mujeres podrán ser sacerdotes por una cuestión práctica, por la falta de vocaciones de los hombres.
—Estoy a favor de la ordenación de las mujeres, pero no debería ser por una cuestión práctica. No me parecería digno. Las mujeres deben poder ejercer el sacerdocio por un reconocimiento a su dignidad. Sí es verdad que está ocurriendo una situación llamativa: los hombres tienen problemas para ponerse al frente de las parroquias y gestionarlas, están muy ocupados en estas labores organizativas, precisamente por la falta de vocaciones, mientras las religiosas están formándose al más alto nivel, pero no hay que olvidar que entre las mujeres también faltan vocaciones. Al final, comparo esta situación con las de las sufragistas de principios del siglo XX. Eran una minoría, incluso entre las propias mujeres, pero al final consiguieron sus objetivos. Los movimientos de reforma son así.

Y el movimiento por las mujeres sacerdotes, ¿continúa siendo minoritario?
—En este momento diría que sí. Cuando sólo un 5 % de la población quiere algo, es probable que tenga éxito. Cuando se llega al 10 %, seguro que tiene éxito. Creo que en la Iglesia todavía no llegamos al 10 %. Si las mujeres lo quisieran de verdad, mañana mismo podríamos ser sacerdotes.

No sé si habría que apelar a la intervención divina.
—Pues podríamos decir que el Espíritu Santo ya quiere que las mujeres puedan ser sacerdotes, pero la mayoría de hombres y mujeres aún tienen miedo a dar el paso. También es voluntad de Dios que no haya guerras, pero, desgraciadamente, sigue habiéndolas.

La posición de la Iglesia respecto a la homosexualidad tampoco avanza o lo hace muy lentamente.
—Hace años, el Derecho Canónico establecía que el homosexual estaba en pecado. Ahora ya no, pero estamos en una situación en la que tus sentimientos no son pecado, pero si actúas como homosexual sí lo estás. No es coherente, pero sí hemos avanzado en que se bendicen parejas homosexuales abiertamente.

¿Sigue activa políticamente por el independentismo?
—El independentismo está de baja en este momento, pero ya volverá a crecer. Estamos en una fase de reflexión sin abandonar el activismo.