Vanessa Albertí, codirectora del Centre d’Atenció Integral a la Família. | Jaume Morey

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La falta de comunicación, de empatía o la imposibilidad de poner límites entre la relación progenitor-hijo puede derivar a un conflicto familiar que, con el tiempo, y si no se cura, puede provocar problemas graves para ambas partes a nivel psicológico. Las nuevas tendencias, el ritmo de vida o las necesidades de unos y de otros están siendo muy estudiadas por entidades como el Centre d’Atenció Integral a la Família (CAIF) para acompañar a las familias y mejorar la relación en el hogar.

Por eso, una de las propuestas de los últimos años, según explica la codirectora del CAIF, Vanessa Albertí, es poner el foco en la prevención. Sobre todo, cuando se refiere a una de sus líneas de trabajo principales, la coordinación de parentalidad tras una separación. Aquí es donde aparecen la mayoría de conflictos graves entre los progenitores, olvidando el bienestar de los menores. «Si los padres, tras una ruptura, priorizasen a sus hijos, los conflictos se resolverían», asegura.

Albertí defiende que «no existe un perfil único de progenitores» en los matrimonios que se separan y acaban mal. «Lo que sí hemos detectado es que una mala gestión emocional en el momento de tomar la decisión marcará la historia de esta relación interparental». Su trabajo es acompañarles y ayudarles a poner el foco en el bienestar de los pequeños porque «muchas veces el conflicto cronificado parte de que uno no quiere que gane el otro, o al otro no le van bien los acuerdos. Pero insistimos en que lo fundamental son los hijos», añade Albertí. Del total de casos que tratan el 50 % acaban resolviéndose.

Tiempo de calidad

Desde el punto de vista de las trabajadoras del centro, las necesidades que verbalizan tanto progenitores como hijos no han cambiado respecto a otras generaciones. Lo que sí han visto es que sí son distintos los ritmos de vida así como el estilo. En este sentido, Vanessa Albertí reconoce que «el ritmo de vida que todos llevamos dificulta conciliar con el papel eductivo. La carga de trabajo y las cargas personales hacen que al llegar a casa no se destine tiempo de calidad a los menores».

Además, una de las cosas que han tenido que modificar es el formato del programa. Esto responde a que hoy en día cuesta más que los jóvenes y adolescentes retengan la atención, debido a la aceleración de la vida y las nuevas tecnologías, lo que les ha llevado a generar un tipo de lenguaje distinto al de sus padres. «Las trabajadoras, incluso, intervenimos con ellos acudiendo a sus grupos de amigos o compartiéndoles contenido digital que pudiese ayudarles en la resolución del conflicto», agrega Albertí.

Como parte positiva, sin embargo, se ha fijado en que los menores «están más receptivos para trabajar un problema, la ayuda psicológica, que en nuestra generación era un tabú, hoy la han normalizado». El CAIF trata entre 80 y 90 conflictos familiares al año. Los casos más graves aparecen por consumo de drogas, adicciones o absentismo escolar, aunque no representa la mayoría de las intervenciones. Ante todo, insisten desde el centro en la necesidad de reformular el tipo de relación con los menores, en buscar puntos en común y en poder expresar las necesidades de cada uno.