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Me he convertido en un descreído, sí, lo admito, ya no creo en la desestacionalización. Hace más de veinte años sí creía a pies juntillas en el alargamiento de la temporada. No entendía como un hotel, un restaurante, un centro de actividades subacuáticas o, por ende, municipios enteros, pudieran estar prácticamente sin actividad por espacio de medio año o casi cinco meses en el mejor de los casos. Es por ello que en mi esfera profesional siempre he intentado adelantar las aperturas y retrasar cierres en cada ciclo.

El mismo discernimiento he proyectado en el asociacionismo empresarial y en los clusters y reuniones de naturaleza público-privada en los que he participado. No me entraba en la cabeza cómo la actividad turística en su más amplio sentido tenía que ser obligatoriamente estacional.

Con el auge del cicloturismo y el establecimiento de pruebas deportivas de alto nivel en los albores de la temporada y a finales de ella, pensaba que estábamos en el camino correcto. Así mismo, a lo largo de varias décadas, las instituciones públicas enarbolaron la bandera de la prórroga turística. A todo ello se sumó la multiplicación de la operatividad de vuelos y rutas hacia el aeropuerto de Palma, que siempre ha sido un fuerte coadyuvante en el dinamismo que una sociedad de capital enfocada al turismo necesita.

Pese a todo, no hay manera. Fuera de lo que es el estricto ámbito de la ciudad de Palma, no hay alargamiento de temporada. No busco culpables ni señalar a quienes no quieren la extensión, básicamente porque todos somos responsables de la ralentización. Nadie se lo ha tomado en serio, se ha preferido descansar, que el invierno sea un momento de asueto y reposo generalizados. Con el tiempo las tornas han cambiado, ahora hay quienes abogan por una parálisis total en los meses fuera de temporada, dicen que es para compensar los efectos perniciosos de los meses de actividad. Y parece que el mensaje va calando, llega mediados de octubre y quien más, quien menos, ya ansía terminar y dar el cierre, aquí incluyo a hoteleros, dueños de distintos negocios, trabajadores y a políticos de toda índole.

Hace varios años que mi subconsciente dudaba, no estaba seguro de cuánto tiempo más podría aguantar siendo crédulo, pero acabo de arrojar la toalla, no aguanto más, demasiados esfuerzos en vano. Quizás ha sido la pandemia que nos ha transformado a todos, o una legislación laboral que premia a quienes trabajan menos tiempo. No se puede luchar contra viento y marea. Da mucha pereza, «ja n’hi ha ben abastament», yo que sé.

Al fin y al cabo, es una derrota colectiva, se diluye el sueño etéreo de poder contar con una potente industria turística abierta todo el año, ya difícilmente irá a más. Despertemos y conformémonos en reiterar temporadas al uso y que éstas sean satisfactorias para todos.

Bueno, a pesar de la economía, sus vaivenes y fluctuaciones, siempre imprevisibles e imponderables, les deseo fortuna para el 2025 y que disfruten de todo lo no monetizable y antieconómico de la vida, que al fin y al cabo es lo más importante: salud, amor, cultura, amistad y felicidad.