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Tras cerrar un año 23 ciertamente histórico para el turismo, muchos pensaban que la extraordinaria resiliencia del sector se podía atribuir todavía a la llamada «demanda embalsada» durante la pandemia, o bien a una reacción o «revancha» de la sociedad mundial tras el confinamiento. Sin embargo, a punto de cumplirse el primer semestre de 2024, la tendencia de continuo crecimiento se mantiene sin indicios de desaceleración, confirmando que el «furor viajero» no era una reacción puntual, sino un auténtico cambio estructural en la sociedad post-pandemia.

Así, las perspectivas para 2024 apuntan a que se superarán por primera vez los 200.000Mn de euros de ingresos por turismo en España, y como recordó en el último y magnífico Foro El Económico la Presidenta del WTTC Julia Simpson, las expectativas del sector a largo plazo duplican el crecimiento anual estimado para la economía en general. Una bonanza magnificada en el caso de España por la inestabilidad en Oriente Medio, que una vez más nos ha convertido en un «destino-refugio». Todo ello dibuja un escenario que hay que saber gestionar, si no queremos «morir de éxito», como consecuencia de una saturación de nuestros destinos que sobrecarga los recursos, servicios públicos e infraestructuras, resultando en un rechazo ciudadano frente a esta situación y abonando finalmente la llamada turismofobia. Un escenario frente al que las frágiles Illes Balears están muy expuestas.

Es evidente que el problema no es el turismo, (que ha apostado por la sostenibilidad, y que tanto aporta a los destinos) sino la ausencia de límites al crecimiento que ha traído el desarrollo descontrolado de modelos de negocio como el alquiler vacacional, muchas veces ilegal y carente de la planificación y regulación que sí soportan el resto de subsectores. No me cansaré de recordar que, mientras la oferta hotelera neta apenas ha crecido en los últimos 20 años, solo en el primer trimestre del año se registraron mas de 60.000 nuevas plazas de alquiler turístico; no es el único factor de perturbación, pero diría que es el más importante, por el alcance de sus efectos negativos, y por su escasa capacidad para generar valor en los destinos.

El turismo va bien, pero no va «solo», y para hacer sostenible este éxito, el sector debe seguir trabajando conjuntamente con las Administraciones Públicas en una estrategia turística integral de país que aborde los numerosos retos competitivos, planifique y regule el turismo que necesitamos, del que nuestros ciudadanos y destinos vuelvan a estar orgullosos. Por ello, nos alegra comprobar cómo el Govern balear ha tomado «el toro por los cuernos» lanzando la iniciativa de la Mesa por el Pacto Político y Social por la Sostenibilidad, contando con figuras tan capaces y de consenso como el catedrático Antoni Riera. Confío en que, como sociedad, sabremos responder a este desafío, y trabajar unidos por el modelo turístico de futuro para nuestras islas, más cualitativo, redistributivo, inclusivo y sostenible.