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Era la primera vez que visitaba Tánger y mis amigos, con los que hacía la visita, me comentaban que está muy cambiada desde la última vez que estuvieron ellos. De entrada, sorprende el proyecto «Tanja Marina Bay» que, como se autodefine, es un proyecto de readaptación de la zona portuaria y tiene por objeto situarse como destino de cruceros y turismo deportivo a escala internacional. El impresionante proyecto que reunirá 30 hectáreas para espacios públicos, 16 hectáreas para servicios e infraestructuras y ocho para espacios construidos, sin duda va a dar un cambio a la ciudad que acaba en el espacio que ocupa. Los efectos turísticos y económicos para la zona van a ser fabulosos… pero también sociales. Llegarán inversores y se crearán puestos de trabajo, pero esto creará una presión sobre la zona como la que conocemos los que vivimos destinos más maduros y consolidados.

Todavía se puede pasear por la medina de Tánger viviendo una experiencia más o menos auténtica. Los que conocen Marruecos siguen recomendando –al menos- desplazarte a Tetuán para visitar su medina (ciudad antigua), declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco (1997), al igual que Eivissa (1999), porque es donde comienzas a encontrar la verdadera esencia del país.

Volviendo a Tánger, y a lo que quería explicar, me temo que la ciudad tarde o temprano comenzará a vivir los problemas que se experimentan en destino mucho más maduros -siendo el ejemplo más paradigmático Venecia- y en el que se ha convertido en una ciudad-parque de atracciones y que ya nadie quiere/puede vivir. En cualquier caso, no hay que irse tan lejos puesto que encontramos casos similares en los cascos antiguos de muchas de nuestras ciudades.

Lo que estamos viviendo –y Tánger sin duda vivirá– es lo que se conoce como «tragedia de los comunes» y en la que ciudadanos y empresas, movidos por el interés personal, de forma no coordinada o dirigida, terminan por destruir un recurso compartido (común) pero limitado… teniendo en cuenta que a ninguno de ellos le hubiera interesado que esa destrucción se produjera.

En nuestras islas viene sucediendo algo parecido, desde hace décadas, en la que todo el mundo está de acuerdo en que debe existir una protección de lo que nos hace auténticos pero el interés individual «descoordinado» va en dirección contraria.