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En los últimos 20 años estamos viviendo un tsunami provocado por la irrupción de la tecnología que ha transformado la sociedad y por ende las empresas. A tal punto que ha cambiado la forma en que nos comunicamos y relacionamos, cómo trabajamos, disfrutamos del tiempo de ocio, nos informamos o aprendemos.

Estos cambios sociales obligan a las empresas a adaptarse de forma rápida y para ello éstas «corren» a introducir tecnología para avanzar hacia la robotización de procesos, la desintermediación, implementar el teletrabajo, la personalización de los servicios o plantearse un alcance global.
La pregunta que me hago es: ¿y todo esto para qué? Ser más competitivos, más ágiles y rápidos, ser más eficientes, tener más conocimiento…

Estos para qué no son ni buenos ni malos, depende del propósito que tengamos, de lo que nos mueva. Y en mi opinión hay dos visiones claramente opuestas. La primera la denomino «tecnología o personas», es decir, la que nos lleva a reducir, sustituir. Se busca la eficiencia por la eficiencia que sin duda da resultados a corto plazo pero que a la vez crea desconfianza y desmotivación en las organizaciones.

La segunda es la que denomino «personas y tecnología», es decir, la de complementar, sumar, ayudar y potenciar capacidades. Ésta es más exigente, lenta de implementar, transformadora y al final multiplicadora. Al fin y al cabo para lograr los para qué es fundamental tener una organización dinámica y comprometida y esto solo es posible si las personas que las componen se sienten realizadas, es decir, felices.

Nosotros en Artiem, para lograr este compromiso y dinamismo, tratamos de impulsar la motivación intrínseca de las personas. Para ello tomamos como referencia los tres pilares que Daniel Pink plantea para que las personas se sientan realizadas en su trabajo: la autonomía (el deseo de dirigirse a uno mismo, de hacer una contribución decisiva), la maestría (llegar a dominar la disciplina por la que tenemos vocación) y el propósito (la misión, la visión y los valores de una empresa).

Para desarrollar estos tres pilares, la tecnología no solo es un medio muy potente al que no podemos renunciar, sino que además nos ayuda a desarrollarlos. Piénsese por ejemplo en un recepcionista clásico de un hotel versus un anfitrión. El primero hará el proceso formal de una forma eficiente y seguro que muy profesional, mientras que el segundo además tendrá tiempo en aconsejar, asesorar, acompañar, creando una conexión emocional que sin duda redundará al final en mayor valor económico y reputacional. Para lograr liberar el tiempo necesario para crear este valor añadido al cliente a la vez que la persona se sienta realizada en su trabajo, la implementación de la tecnología es fundamental. Así pues la tecnología, sí, pero al servicio de las personas.