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La quinta ola covidiana llegó de manera abrupta, exponencial y, sobre todo, inesperada, desplegando sus efectos en el peor momento posible para nuestra economía, en plena temporada alta. Esa quinta ola trajo consigo -nuevamente y ya hemos perdido la cuenta de cuántas veces han sido- temor, desilusión, decepción y tembleque a todo el sector turístico en general, amenazando con repetir la interrupción precipitada de la actividad que experimentamos en agosto del año pasado.

Después de esa quinta ola, hemos fluctuado hacia una calma que se ha asentado en las últimas semanas. En algunas zonas más que en otras y algunos sectores de la cadena de valor turística notan aún con más intensidad los coletazos de la ola más que otros, que en el mejor de los casos se conforman con poder proseguir de manera digna y sin pérdidas a lo largo del tramo final de la temporada. Peor fue el año pasado, repite buena parte de una ciudadanía, resignada y también aliviada de haber podido sortear otra bola de partido. Desde las instituciones se pretende sacar pecho e insuflar positivismo y esperanza a raudales dando pábulo y magnificando las cifras de evolución económica del segundo trimestre, poniendo de manifiesto e insistiendo en que Balears registra un crecimiento interanual del 21,7% y que éste es el crecimiento más elevado del país. Bien, las cifras son estas y también se intuyen datos e indicadores del tercer trimestre que muestran a las claras signos de recuperación. De todo ello nos congratulamos sinceramente, pero no lancemos por favor las campanas al vuelo. Hay que tener muy en cuenta que dicho crecimiento está referenciado al año pasado, es decir, está referenciado a prácticamente cero, a un hundimiento. Además, en el sector turístico de esta tierra, sabemos que lo experimentado en este año y medio ha sido inenarrable y que el reparto, enumeración y control de daños es muy desigual y por tanto la recuperación no se producirá a un ritmo tan veloz como el que nos gustaría.

El turismo británico, por ejemplo, es uno de los ejemplos más palmarios de la desigualdad en términos negativos al no haber levantado cabeza, no solamente por cuestiones de afectación y protocolos COVID para viajar sino también por las consecuencias y derivadas, ahora sí palpables y efectivas, de un Brexit catastrófico, desordenado e impulsivo, afectando de lleno a muchas zonas y empresas que lo tienen como base de sustento fundamental y que en tan poco tiempo han sido incapaces de corregir y atraer a público de otras nacionalidades.

Ha tenido que llegar el mes de septiembre, paradojas de la vida, para comenzar a disipar dudas y tener un horizonte más despejado, aunque no controlado del todo, al que poder asomarnos y percibir vientos de cola que nos impulsen hacia una mejoría en los próximos meses y que, esperemos, pueda asentarse plenamente el año próximo. Sí, han pasado dieciocho meses de sobresaltos y vaivenes, un año y medio desde marzo del año pasado, una fecha que muchos sentimos ya muy lejana, como si en ese corto intervalo se nos hubiera ido media vida, tratando de sobrellevar y resistir frente al caos.