Pocas ideas son más influyentes que el aumento de la desigualdad. Se lee en los periódicos, lo comentan los políticos y algunos lo sienten en la vida cotidiana. Los populistas argumentan que las élites ciudadanas se han despreocupado de buscar soluciones, para poder plantear radicales redistribuciones de la riqueza.
La caída del muro de Berlín encauzó el archivo histórico del partido socialista y de repente, después de una década de lento crecimiento de los niveles de vida, aparece la creencia generalizada de que la desigualdad está aumentando. Precisamente porque la idea de la desigualdad se ha convertido en una creencia casi universal y se le ha prestado poca atención académica. Grave error porque los cuatro factores determinantes en que se basa la estructura argumental no son ni geografía ni vivienda sino ingresos y riqueza y este edificio ideológico está siendo afectado por nuevas investigaciones.
En primer lugar, la afirmación de que el 1% de los más retribuidos se ha separado de todos los demás Occupy Wall Street en 2011. En UK la proporción del ingreso superior del 1% no es mayor que la que había a mediados de la década de 1990, después de ajustar los impuestos y las transferencias gubernamentales. En EEUU, los datos oficiales sugieren que la misma medida aumentó hasta el 2000 y desde entonces ha sido volátil en torno a una tendencia plana, sin olvidar que se han introducido varias políticas que han reducido la desigualdad, como la expansión del seguro de salud financiado por el gobierno. Recientes análisis de los números concluyeron que desde 1960 puede haber cambiado poco. En su día se manejaron mal los datos de devolución de impuestos.
El segundo factor cuyos resultados también han sido revisados es el de salarios e ingresos de hogares de los que se afirmaba que estaban estancados, en cambio ya existen estimaciones del crecimiento de los ingresos medios ajustados por la inflación en EE UU en 1979-2014 que van desde una caída del 8% a un aumento del 51%.
En tercer lugar está la afirmación de que el capital ha triunfado sobre la mano de obra, ya que las empresas despiadadas, propiedad de los ricos, han explotado a sus trabajadores y además han trasladado sus empleos a fábricas extranjeras y automatizadas. Sin embargo, investigaciones recientes sugieren que la disminución de la fortuna laboral se debe a no computar debidamente los ingresos de los trabajadores propietarios de vivienda y a los que trabajan por cuenta propia.
Otro factor determinante es una comparación por riqueza (activos que se poseen menos pasivos). Dinamarca es uno de los pocos lugares con datos detallados: la participación en la riqueza del 1% superior no ha aumentado en tres décadas.
El hecho de que se hagan afirmaciones dudosas sobre la desigualdad no reduce la urgencia de abordar la injusticia económica. Pero sí exige garantizar que los supuestos en que se basa las políticas sean precisos.
Unos comentarios sobre Suecia nos podrían estimular a comparar y aprender. Se destacan sus bondades democráticas y estado de bienestar y se trata de uno de los países más desiguales en términos de distribución de riqueza. Una reciente estimación debidamente comunicada determina que el valor de la fortuna de los multimillonarios suecos es equivalente a una cuarta parte del PIB anual del país. Este orden de concentración solo aparece en paraísos fiscales como Chipre y Mónaco o en economías al modo de Rusia y Georgia, gobernadas por ricos contaminados.
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