Pues parece que vamos de cabeza a un nuevo período de elecciones. Bueno, nuevo, relativamente. No hemos salido de la campaña electoral estos últimos cuatro años, viviendo un permanente “día de la marmota” en el que hoy más que nunca parece que nuestra clase política ha decidido instalarse en una realidad paralela que poco o nada tiene que ver con las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos de a pie, y no digamos ya de los trabajadores, los autónomos y las empresas.
Entre ardientes soflamas y descalificaciones mutuas, veremos a nuestros políticos intentar arrancar al contrario la piel a tiras sabiendo que, pasadas las votaciones, se necesitarán mutuamente para sumar unos con otros esos votos imprescindibles para conseguir el Santo Grial de “esa mayoría suficiente que nos garantice un Gobierno estable”.
Y mientras tanto, ¿qué hay de la inversión pública? ¿De la aprobación de los presupuestos (prorrogados desde el último Gobierno de Rajoy)? ¿De la adopción de las medidas necesarias para ganar algo de estabilidad, algo de fuelle, ante el panorama que se nos presenta? La estabilidad en las poltronas supongo que debe ser importante, al menos para algunos, pero por encima de ella debiera estar la necesaria seguridad y confianza de quienes con su trabajo y contribuciones logran que, a pesar de algunos de nuestros políticos, este país siga creciendo.
El panorama no es muy alentador: a la incertidumbre económica y política se suma la guerra comercial entre Estados Unidos y China, las estridencias en torno al brexit, la creciente inestabilidad en el golfo Pérsico, los movimientos migratorios, la amenaza del cambio climático... Recientemente declaraba la OCDE, de manera algo eufemística, que las perspectivas se han vuelto “frágiles e inciertas”. Vamos, un escenario VUCA en toda regla (NOTA: el “palabro” VUCA corresponde a los equivalentes en inglés de Volatilidad, Incertidumbre, Complejidad y Ambigüedad). Poco más hay que añadir.
Cuando uno se encuentra en medio de una tormenta necesita buscar refugio hasta que escampe. En este caso, nuestro refugio, nuestra casa, nuestro país, está casi tan patas arriba como la tormenta que tenemos fuera.
La parálisis por falta de una voluntad política que se materialice en acuerdos concretos, cae en cascada en toda nuestra cadena de valor. No hay inversión pública enfocada a incrementar la capacidad innovadora de nuestra economía. Ni siquiera las hay en mejoras o cambios estructurales que la doten de mayor certidumbre, transparencia o flexibilidad. Ni están, ni (lo peor de todo) se las espera.
De hecho, y como breve reflexión, ¿alguien ha oído hablar a nuestros políticos en estos últimos tiempos de medidas que atiendan las necesidades de nuestro país en investigación, infraestructuras, justicia, actualización de los organismos reguladores, modernización de la administración pública, sanidad, formación y educación de las futuras generaciones desde primaria hasta la universidad?, ¿de los esfuerzos que debemos hacer en esta sociedad de la información para no perder el tren de la cuarta revolución industrial en la que estamos inmersos? Yo, desde luego, no. Demasiado ocupados se les ve en trifulcas navajeras jugadas muy en corto ante las que a uno le dan ganas de gritar: “Señores, ¡¡que estamos aquí!! ¡¿Qué hay de lo nuestro?!”.
Se atribuye a Cicerón la frase “de hombres es equivocarse, de locos persistir en el error”. Cuartas elecciones en cuatro años. Señores, corrijan el tiro, levanten su mirada un poquito más allá. A este paso, nos vamos a dar en todo el pie… y necesitamos los dos para seguir caminando.
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