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A poco más de un mes de que se active el artículo 50 y Gran Bretaña abandone la Unión Europea, sea cual sea la fórmula, los portadores de malos augurios siguen siendo mayoría en los medios españoles. Algunos incluso se permiten cuantificar los turistas que vamos a perder. Un comentario del vicepresidente ejecutivo de Meliá Hotels señalando que, en el peor de los casos, con brexit duro, se podrían llegar a perder 3.600.000 turistas, un veinte por ciento del total de los que vienen del Reino Unido, se convirtió rápidamente en una certeza. Algo parecido iba a ocurrir con Iberia, que no podría volar entre Madrid y Barcelona o, peor aún, entre Madrid y Buenos Aires, ¡ya le gustaría a Air France! Lo habían profetizado el año pasado pensando que el solo anuncio produciría los malos resultados, pero ante el fracaso de la predicción lo intentan de nuevo a ver si esta vez aciertan.

Algunos se enredan en disquisiciones sobre el papel de la Agencia Española de Seguridad Aérea o sobre los necesarios nuevos tratados aéreos. Desgraciadamente de estos asuntos técnicos la mayor parte de nuestros divulgadores están poco informados.

Solo algunos intentan usar el sentido común –y se entiende porque todo este asunto es un sinsentido– que a la larga es la norma que debería regir gran parte de nuestras actuaciones.

Y el sentido común nos indica que pocas cosas van a cambiar sea cual sea el tipo de brexit que se imponga. (Y aún más a favor de mi tesis si no hay brexit). Gran Bretaña nunca ha estado ni en el sistema Schengen ni en el euro, lo mismo que Turquía, que ni siquiera está en la Unión Europea y recibe un buen número de turistas de las Islas. España no va a solicitar visado a los británicos –lo que tampoco impide importantes corrientes turísticas hacia Estados Unidos por ejemplo– y las compañías aéreas tomarán las medidas necesarias para acomodarse a la nueva situación, sea la que sea. Y por supuesto los ingleses que viven entre nosotros se seguirán gastando aquí su pensión y serán atendidos sanitariamente cuando sea preciso.

Por supuesto puede haber consecuencias indirectas derivadas de una posible devaluación de la libra o de una disminución de la renta disponible, pero afectaran poco al tráfico. El peligro para 2019 –y ese es de verdad– es que se acentué la crisis de las compañías de bajo coste. O la de los touroperadores, que necesitan una renovación total de su modelo de negocio.