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La mayoría de las bolsas emergentes de relevancia intentan consolidar máximos históricos tras subidas superiores al 40% desde 2016 (en el caso de Brasil es de más del 140%). Ante estas subidas es obvio preguntarse si todavía le queda recorrido o bien ya es hora de replegar.

Se trata de países que crecen mucho más que los desarrollados y buena parte de este crecimiento viene de los cambios económicos de la población, donde cada vez hay más clase media que consume; si a esto le unimos la competividad en las exportaciones hacen que las previsiones de crecimiento económico sean muy altas. Así por ejemplo, el FMI prevé que China crezca un 6,6% este año y el 6,4% el que viene, la India un 7,4 y 7,8%, y el global de economías emergentes y en desarrollo de Asia un 6,5 y 6,6%. Si las bolsas, especialmente a las asiáticas, van en línea con su crecimiento, podemos ver todavía más subidas.

La tendencia es positiva, y por tanto en un valor tan líquido como la bolsa se puede invertir, siempre marcando puntos de protección que podrían ser los 78.000/73.000 en Bovespa brasileño, 295/265 en Kospi coreano, 30.200/28.600 en Sensex indio o los 28.500/26.400 en el Hang Seng chino (de Hong Kong). Visto que, por tendencia y por crecimiento económico, es óptimo estar invertido en bolsas emergentes (insistiendo en el mayor potencial de Asia) hay que añadir el efecto diversificación que conlleva, siempre positivo a largo plazo.

Sin embargo estos mercados presentan dos pegas: la alta volatilidad a veces ligada a situaciones geopolíticas y la falta de recursos para invertir (horario, acceso a la información…) que tienen los pequeños inversores. Ambos problemas quedan anulados si se utilizan fondos de inversión globales: el gestor, si es bueno, busca los activos de los países con más posibilidades y al, por su propia naturaleza, estar muy diversificados permite reducir en buena parte los movimientos bruscos de estas bolsas.