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El procés cuenta con el apoyo de muchas personas. No obstante, al ver el gran sesgo de la información que suministran los medios catalanes, se puede llegar a la conclusión de que hay dos tipos de separatistas: los emocionales totalmente convencidos de su supremacismo, a los que ninguna razón lógica les puede hacer cambiar; y los pragmáticos que aceptan las ventajas del independentismo expuestas por las persistentes campañas de propaganda, así como por la presión social que genera la espiral del silencio.

Los unionistas deberíamos tener la capacidad suficiente para dirigirnos a este segundo tipo de secesionistas para exponerles, no solo las falsedades de buena parte de esas campañas, sino sobre todo, con mucho realismo, las ventajas que supone la unión.

Ese mensaje puede tener varios ejes sobre los que pivotar, siendo quizás el más importante el hecho de que España ha madurado, apostando de forma decidida por la modernidad y por la equiparación institucional con las democracias, las economías y las sociedades más avanzadas del mundo. Ser español, hoy por hoy, equivale a formar parte de un país moderno con instituciones inclusivas que generan incentivos para fomentar el progreso y crecimiento personal, económico y social. En donde todos los derechos fundamentales están garantizados para todos, no solo por la Constitución, sino por todo el entramado normativo-institucional.

Nada de eso es fruto de una rápida improvisación, sino que ha requerido el esfuerzo de muchos durante mucho tiempo; también ha requerido cometer y superar muchos errores. Pues la historia no se puede tomar a beneficio de inventario, sino que se ha de aceptar completa en su totalidad. Y la historia de España, con sus luces y con sus sombras, desemboca en uno de los país más avanzados. Sin duda, no todo funciona bien, pero las instituciones permiten, e incluso fomentan, la mejora constante, generando confianza en un avance estable.

Muchas de las leyes españolas, probablemente la mayoría de las más recientes, son transposiciones de directivas europeas, lo que convierte a nuestro país en parte el núcleo duro de la UE. Una Unión que nace, justamente, con el propósito de superar los nacionalismos, al tener estos un carácter que se acerca más al retroceso en derechos y libertades que al constitucionalismo, por comportar una creencia contraria a los principios liberales al considerar que los individuos están determinados por su territorio e historia, lo que les obliga al cumplimiento de reglas no escritas en vez de las leyes democráticas.

España, como nación, es un pacto renovado día a día fruto del pasado, pero no sometido al mismo, que ofrece una visión abierta de una sociedad plural, compleja y dinámica, contrapuesta a la realidad histórica y monolítica propia del nacionalismo identitario.

¿A alguien le extraña que el mundo empresarial, más racional que emocional, prefiera la unión?