Una veintena de bailarines, más de 400 metros cuadrados de escenario, centenares de focos y, en el centro, Madonna, la diva eterna, que este miércoles ha celebrado en el Palau Sant Jordi de Barcelona 40 años de carrera con un deslumbrante espectáculo repleto de éxitos ante un público rendido a sus pies. Por una pasarela de 70 metros ha desfilado la reina del pop y con ella toda una vida de «con cosas hermosas y cosas feas», según ha dicho ella misma, pero sobretodo mucha música y mucho que agradecer porque «el mero hecho de estar vivos es un privilegio».
Unas palabras que ha aplaudido a rabiar el público, que temió no poder reencontrarse con su ídolo cuando el pasado verano anuló el tramo americano de la gira por una grave infección bacteriana que la llevó a la UCI. Sólo cuatro meses después, vuelve a estar sobre los escenarios y «solo por eso ya merece la pena estar aquí», ha dicho a EFE un espectador que ha pagado 500 euros por una entrada VIP.
Aunque las coreografías de esta gira no son tan exigentes para la diva como en otros tiempos, la norteamericana sigue marcando estilo, mantiene su carisma intacto y ha sido la anfitriona de un rencuentro emocionante y la artífice de un montaje grandioso que los espectadores han disfrutado extasiado.
Las 18.000 personas reunidas en el Palau Sant Jordi, en la primera de las dos fechas españolas de la gira, han gritado de placer cuando han visto aparecer a la artista y le ha perdonado al instante la hora y pico de retraso con la que ha empezado el espectáculo.
«Esta es la historia de mi vida», ha dicho la cantante de 65 años, que ha iniciado el fiesta recordando a aquella jovencita de 20 llamada Madonna Louis Ciccone que llegó a Nueva York desde Michigan para bailar, cantar y triunfar.
Eran los lejanos años ochenta y la estética punk y grafitera de la época ha inundado las pantallas colgantes situadas sobre la pasarela y las fijas del fondo del escenario, mientras los más veteranos de los seguidores se sentían transportados a su juventud con «Burning up» y «Open your heart».
Tras esta primera parte de contagiosa alegría juvenil, ha llegado uno de los momentos más emotivos de la noche cuando la reina ha recordado a las víctimas del SIDA.
Cantando «Live to tell», ha sobrevolado el recinto subida a una máquina del tiempo de paredes transparentes que ha atravesado las fotografías en blanco y negro de los fallecidos.
Ha sido la primera muestra del potencial del escenario y sus pasarelas, que a lo largo del concierto se ha transformado en una iglesia pagana con crucifijos ardiendo y eróticos jesucristos en «Like a player», en un ring de boxeo en «Papa don't preach», en una gran orgía en «Erotica», en un concurso de baile en «Vogue», en una hoguera en «Crazy for you», en una fiesta country en «Don't tell me» y en un planeta futurista en «Ray of light».
Un viaje en el tiempo que le ha permitido recuperar vestuarios icónicos y en el que la diva ha estado acompañada por sus hijos: Marcy James al piano en «Bad Girl», Estere como bailarina en «Vogue» y David Banda a las cuerdas en «Mother and father».
También ha habido tiempo para los discursos en defensa de los derechos de la comunidad LGTBI y para pedir que «amemos a nuestro vecino como a nosotros mismos», pero sobretodo para la música y para dejar claro que Madonna sigue en lo más alto.
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