La joven puede empezar a involucrarse en la vida oficial, en funciones ceremoniales y simbólicas, sin interferir en el contenido o la política. Al cumplir 18, se le asigna un «asiento sin derecho a voto» en el Consejo de Estado: mañana será nombrada miembro de este organismo asesor del Gobierno y el Parlamento en materia de legislación y gobernanza, lo que le permitirá adquirir conocimientos sobre legislación y derecho constitucional, y prepararse para su futuro rol como jefa de Estado, aunque no se espera que participe de forma regular en las reuniones hasta que termine sus estudios. Amalia dará su primer discurso oficial este miércoles, acompañada de su padre, el rey Guillermo Alejandro, que es presidente del Consejo.
El evento se retransmitirá en directo en los medios públicos y contará con unas palabras del monarca, que presentará a su hija a este organismo en una reunión extraordinaria. «Estoy al servicio de mi país. Doy mi vida a Países Bajos», sentenció la joven en una biografía publicada en vísperas de su cumpleaños, una tradición que siguieron sus antecesores. A sus 14 años, se resignó a su futuro, muchos años antes de lo que lo hicieron su padre Guillermo Alejandro, o su abuela Beatriz, que necesitaron más tiempo para asumir el papel que les definía la Constitución desde su nacimiento: ser los jefes de Estado de Países Bajos. «La monarquía es mucho más grande que yo. Nací en una vida que tuve que aceptar y de alguna manera todavía es difícil, pero, por otro lado, lo tengo totalmente aceptado: esto va mucho más allá de mi persona», admitió la princesa.
Sin embargo, Amalia tiene claro lo que haría si se viera en una situación similar a la de su tatarabuela Guillermina, que se convirtió en reina con 18 años, porque su padre, el rey Guillermo III, murió cuando ella tenía 10 años, en 1890, y su madre se hizo cargo del trono solo hasta que ella cumpliera la mayoría de edad. «Si algo le pasa a mi padre ahora mismo, le pediría a mi madre que se hiciera cargo del trono durante unos años», señaló. La princesa ya pidió a su padre «que siguiera comiendo sano y haciendo mucho ejercicio» para cuidar su salud. En esa biografía, Amalia también trató de abrirse a los ciudadanos con el objetivo de que la gente conozca algo más sobre su vida: reconoció sus visitas frecuentes al psicólogo para «desahogarse» cuando tiene una época difícil, habló de sus días trabajando en un chiringuito de la playa preparando cócteles y mencionó su amor por la música. Con su mayoría de edad, se espera que aumente sus apariciones en público.
A partir de ahora puede, por ejemplo, trasladarse en el avión oficial usado por la familia real para viajar al extranjero en representación de Países Bajos a un funeral o una boda. Amalia tiene derecho a recibir una asignación anual en concepto de sueldo de 300.000 euros, pero renunció a ella en junio porque se sentía «incómoda» cobrando una salario tan alto cuando tiene «poco que ofrecer a cambio» y más «con toda la incertidumbre que provoca la pandemia», argumentó en una carta manuscrita que envió a Rutte. También le corresponden 1,3 millones de euros para cubrir gastos que conlleva su papel de princesa, una cantidad a la que promete recurrir únicamente si lo necesita. Esta decisión ha sido muy aplaudida por el Parlamento, que había sido muy crítico con esta asignación. Los planes futuros de la princesa todavía no están muy definidos. Su idea era tomarse un año sabático, pero no está claro qué está haciendo estos meses, puesto que la pandemia le ha impedido organizar los viajes por el mundo que planeaba hasta el próximo año, y aún tiene que decidir a qué universidad irá y por qué carrera optará.
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