Cuando Lutz tenía 12 años sus padres, que se habían mudado de Sajonia a Berlín Oriental, decidieron enviarlo a clases de kárate para que encontrara un espacio de pertenencia ligado al deporte, y lo que encontró fue un profesor que le apadrinó en la ideología neonazi, junto a algunos compañeros.
«Todo empezó con la música», explica a Efe al recordar la sensación que tuvo la primera vez al escuchar una canción neonazi: «Era provocadora, una manera de destacarse sobre la mediocridad de la gente, de la normalidad».
A estas melodías, cuyas letras memorizaban juntos, se sumaron textos reivindicativos del Holocausto que su entrenador, quien lo invitaba con frecuencia a su casa, le leía mientras tomaban cerveza o le cortaba el pelo.
El grupo que salió de las clases de kárate se fue fortaleciendo y con el tiempo fueron incorporando banderas, medallas, botas y hasta uniformes.
«Nuestro grupo se llamaba Vigrid, por un lugar mencionado en la mitología alemana. Teníamos un espacio y una mesa donde nos sentábamos todos con trajes de cuero y rodeados de antorchas», señala.
Pronto comenzaron a relacionarse con cabezas rapadas, clubes de motoristas, grupos de hinchas violentos, asesinos y criminales.
«Teníamos acceso a armas y consideramos llevar a cabo ataques, pero medimos las consecuencias y no lo hicimos» remarca, aunque si golpeaban a inmigrantes en la calle o entraban a restaurantes con extranjeros donde destrozaban todo lo que encontraban a su paso.
Su odio, enfatiza, era contra todo lo diferente pero principalmente contra los judíos. Por eso no comían en McDonald's, no veían películas de Hollywood ni tomaban Coca Cola, por la relación que establecían entre Estados Unidos y estos.
El alejamiento de Yonatan, por entonces aún Lutz, del grupo comenzó durante la universidad: «Empecé a cambiar, porque estaba más involucrado en la sociedad y ya no era tan fácil decir cosas como 'no tengo amigos negros o inmigrantes', 'no como en tal o cual restaurante por ser extranjero' o 'no veo estas películas por tener productores judíos».
Con el tiempo, empezó a sentirse más desubicado y, ya con 24 años, algún que otro amigo inmigrante y un título universitario en administración de empresas, los conflictos internos de Yonatan lo llevaron a indagar su lado espiritual.
Esa búsqueda interna, que se produjo mientras que aún frecuentaba el grupo neonazi, lo llevó a descubrir películas como El Secreto y libros del gurú espiritual Osho, hasta desembocar en la Cábala, una escuela de pensamiento esotérica ligada al judaísmo.
Fue así como llegó al Centro de Cábala de Berlín y, tras unos pocos encuentros, se sumergió de lleno en sus enseñanzas.
Su profesor, nacido en Israel e hijo de supervivientes del Holocausto, le acogió sin prejuicios pese a su ideología nazi.
«Me conecté con el contenido de sus palabras, ignoraba su religión judía», apunta y agradece haber sido recibido con amor y que le enseñaran que podía ser diferente.
Una cena de shabat (cena tradicional judía) en casa del profesor supuso un punto de inflexión.
«Fue una comida íntima, de seis o siete personas, cargada de alegría, entusiasmo y energía positiva. Yo no sabía lo que hacía pero aplaudía y cantaba», menciona Yonatan y recuerda la confusión que sintió tan solo una semana después, cuando se reunió con su grupo neonazi y volvieron a escuchar canciones que promulgaban el odio a los judíos.
A partir de ese momento decidió distanciarse definitivamente del grupo y de la ideología neonazi y profundizó sus vínculos con el mundo de la cábala, que lo llevó a mudarse a Londres para trabajar allí en un centro cabalístico.
En Inglaterra se ocupó, entre otras cosas, de organizar eventos religiosos como rezos y celebraciones de la Pascua y año nuevo judíos, hasta que a los 29 años, y tras su primera visita a Israel, decidió comenzar el proceso de conversión al judaísmo, se cambió el nombre a Yonatan y se circuncidó.
A principios de este año, tras un paso por Berlín, recibió una propuesta para trabajar en el Centro de Cábala de Tel Aviv, donde hoy reside y vive una vida judía plena que incluye llevar kipá (solideo judío), vestir los flecos tradicionales, rezar tres veces al día y abstenerse de relaciones sexuales antes del matrimonio.
«Amo Israel, pero estar aquí implica abrirme y atravesar un proceso duro para mí, que incluye mucho dolor y frustración», reconoce porque, aunque a sus 35 años lleve más de diez alejado de la ideología neonazi, cambiar radicalmente sus opiniones conlleva tiempo, hasta el punto de que no fue hasta el año pasado cuando pudo condenar el Holocausto.
1 comentario
Para comentar es necesario estar registrado en Menorca - Es diari
Osea que ha pasado de odiar a los Judíos a odiar a los Palestinos supongo. Los judíos a pesar de lo que pasó en la WW2, se están comportando ahora como neonazis en la franja de gaza. La cosa es odiar.