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Anónimo García (Zaragoza, 1980) lleva casi toda su vida explorando los límites de la moralidad y la legitimación del poder en la comunicación a través de la ideología y la desinformación. Lo ha hecho desde múltiples entidades, pero sobre todo con Homo Velamine, un grupo artístico que acabó engullido por ese monstruo que tanto le atrae y que no deja de crecer. En 2018 lanzaron el Tour de La Manada,una web falsa que evidenciaba el tratamiento mediático morboso sobre ese caso. Sin embargo, la mayoría creyó (o quisieron creer) que era de verdad. Dos años después, el Tribunal Supremo le condenó a pena de cárcel a raíz de una denuncia interpuesta en nombre de la víctima de la violación grupal. El proceso, que sigue abierto a la espera de un dictamen del Constitucional, le costó su despido en Greenpeace, una orden de alejamiento contra la víctima, que ni siquiera conoce, y mucho dinero. También ha sufrido en primera persona la cultura de la cancelación, de la cual reflexionamos en esta conversación que aspira a ser una pequeña disculpa por parte de este oficio, el periodístico, que además de causar daños terribles, todavía creo que también puede ayudar a hacer de este mundo un lugar un poco mejor.

Juan Soto Ivars, tras publicar Nadie se va a reír. La increíble historia de un juicio a la ironía, sobre tu proceso, dijo en una entrevista: «¿El Tour de la Manada? Fue un bulo. La verdad es más interesante». Resúmenosla.
— Los miembros de Homo Velamine éramos un grupo artístico que hacía performance para mostrar las contradicciones de la sociedad. Una de las muchas que hicimos fue una web que parodiaba el tratamiento mediático del caso de 'La Manada', ofreciendo un tour turístico informativo de este suceso. La página realmente no decía nada, simplemente era un lenguaje ingenuo y entusiasta, en plan, «descubre todo». No daba detalles, pero sí que tenía algunos que eran grotescos y que hacían dudar si era de verdad. En Twitter mucha gente dudó y, el tercer día, todos los medios se hicieron eco de la web tildándola de indignante porque buscaba lucrarse del sufrimiento de la víctima. Esa fue la interpretación única del público. Tras esto, cambiamos la web, añadiendo un texto en el que aclarábamos que era una performance, y decíamos: «Estamos en la 'Edad de la Opinión' en la que todo es cierto si hay una masa suficiente de personas dispuesta a creerlo». Es una frase premonitoria por todo lo que vino: la gente creyó que había un tour que se iba a hacer de verdad y se creó un proceso judicial que todavía sigue y que tuvo un tratamiento mediático que confirmó lo que parodiamos. Incluso la sentencia puso palabras en mi boca que nunca dije.

Eres víctima de una denuncia interpuesta en nombre de la víctima de 'La Manada' de Pamplona, pero en realidad lo eres por haber evidenciado lo que hicieron los medios, no tú. ¿La libertad de expresión se puede ejercer o no en función de si detentas más poder?
— Hay mucho debate sobre si hay más o menos libertad de expresión, pero nunca la ha habido. Siempre que te pasas de ciertos límites, que son la moral colectiva, como la religión, por ejemplo, encontrarás un poder que te lo afea y el público también lo hará porque cree en estas cosas. El poder puede ser hipócrita o cínico, y lo afea para mostrar que está en sintonía con la población. Si tienes más poder es más fácil todo porque tendrás más dinero para asumir las consecuencias. El escritor Oscar Wilde, que estuvo en el top de la influencia de la sociedad británica, fue condenado por homosexual. Se le juzgó por un tema de moralidad y por su obra. En Europa, hoy en día, no te condenarán por gay, pero sí por cuestionar la moralidad.

«La prensa miente sobre una web que dice que la prensa miente». Durante el proceso, los grandes diarios generalistas, pero también los alternativos de izquierdas, han manipulado tu historia. ¿Todo por miedo a ser cancelados o por dejarse en evidencia a sí mismos?
— Los generalistas lo que hacen, básicamente, es llenar sus webs con muchas noticias para tener todo el rato un tráfico constante. Su fuente principal de información son las agencias y los comunicados de prensa de instituciones, que reprodujeron sin más, sin espíritu crítico y contexto. Salió así en todos los medios por igual, con algún pequeño cambio, quizás. Algunos periodistas de esos medios nos llamaron explicando que sabían más del caso y que lamentaban que se estuviera tratando de esa manera; nos propusieron entrevistarnos, pero luego se encontraban de frente con el editor, que les debía responder que mejor no se metieran en problemas o, en otros casos, les pedían que, como condición para salir en su medio, saliera mi cara. Al principio no quería exponerme porque no sabía dónde podía acabar. Por su parte, la prensa alternativa, que critica a la generalista, sigue la misma lógica de reproducir ciertos comunicados o informaciones de agencias, pero tienen noticias que pasan por opinión y que, en muchos casos, fueron muy duros. Cuando se supo más, no se quisieron mojar y evitaron tratarlo. Todo esto deja en evidencia el parasitismo que hacen todos los medios de las víctimas, que vienen muy bien para generar morbo. Hace poco vi que El Mundo publicaba un recorrido sobre el caso de Daniel Sancho. A los humanos nos encanta saber qué paso y los medios lo aprovechan.

Incluso Amnistía Internacional, que defendió al rapero Pablo Hásel, que está en prisión, evitó posicionarse en tu caso.
— Es la misma lógica de la prensa crítica, porque se da una falsa dicotomía, en la que ponerse a mi favor es estar en contra de la chica. Cuando hablamos de mi caso no me gusta llamarla víctima porque supone aceptar que hay un victimario. Que me despidieran de Greenpeace, donde trabajaba en campañas de libertad de expresión y de desinformación, es de retranca. Me despidieron cuando mi hija tenía 6 meses, y fue difícil. Es una organización muy necesaria e importante, pero esta decisión fue tomada por pocas personas del comité directivo; el equipo me apoyó y lo sigue haciendo.

Pese a todo, seguiste como socio dos años más.
— Sí, pero cuando salió el libro de Juan Soto Ivars quise saber si habían cambiado su posición y fue todo lo contrario: mintieron. Así que me di de baja. Gente que me conoce personalmente pensó que la mejor opción para defender a la organización era mentir a los socios. La reflexión que me llevo es que puede que la acción del Tour de La Manada saliera mal, no digo que no. Si las empresas en las que los activistas voluntarios de Greenpeace trabajan hicieron lo mismo que han hecho las ONG conmigo, la organización desaparecería porque no podría tener activistas.

Los pocos medios que han hablado del libro de Soto Ivars son de derechas. En parte es porque buscan criticar a la izquierda, más que reflexionar sobre el caso, pero ¿cómo permitió esto reorientar el tratamiento mediático de tu caso?
— El libro ayudó muchísimo porque hasta entonces estuve solo con mis compañeros de Homo Velamine frente al poder judicial. Su publicación llegó a mucha gente y se creó un relato público contrario al que hubo hasta ese momento. El caso sigue abierto y lo sigo teniendo en la cabeza. Con el tratamiento que han hecho los medios de derechas ha pasado que, como con todo, se mete en el debate público de izquierda-derecha. Como tengo un perfil más de izquierdas, mucha gente me ha criticado por salir en estos medios. Juan Soto Ivar trata estas cosas porque los medios progresistas no lo han hecho, cuando tuvieron la oportunidad de hacerlo. Yo advertí que lo trataran antes de que los medios de derechas lo hicieran, pero lo rechazaron. El caso hay que verlo limpio de prejuicios ideológicos y morales. Allí empieza lo bonito porque prueba las premisas que teníamos como colectivo artístico sobre los límites morales y cómo justificamos lo que emocionalmente nos gusta.

Es la primera vez que se pretende usar el artículo 173.1 del Código Penal contra la libertad de expresión y creación artística. ¿A qué casos se ha aplicado?
— Al leer por primera vez la sentencia no entendí nada por cómo estaba escrita. Con mis precarios medios me di cuenta de que la jurisprudencia que citaba no tenía nada que ver con mi caso. Hablaba de secuestros y torturas, como mantener a una persona encerrada en una habitación; tener a un niño sin cambiarle el pañal, sin ver la luz del día y con síntomas de desnutrición; obligar a una mujer a prostituirse y sumergirle la cabeza en un río o rapar el pelo a una persona con movilidad disfuncional y bañarla con agua fría en invierno. En definitiva, tratos degradantes. Nada de esto se asemeja a la sátira y lo consulté con Jacobo Dopico, jurista experto en libertad de expresión, que me confirmó que era la primera condena de estas características. Abre un grave peligro porque mete un límite muy duro contra la libertad de creación artística, que está recogida por la Constitución. Si sale adelante, se podrían perseguir productos culturales de forma arbitraria. Este caso es relevante en la historia reciente de España.

¿Qué precedente se creará si el Tribunal Constitucional te condena?
— Si me condenan iremos a Estrasburgo. No es una broma. Además, que el Constitucional pueda pronunciarse depende de que tenga la capacidad económica y ganas de gastarme otros 4.000 euros. Cuando ya tuve que asumir una deuda de 27.000 euros por todo esto. Este es el sistema judicial. La verdad que la gente se ha volcado muchísimo durante el proceso y hace poco pude pagar las deudas contraídas por la acusación de la abogada de la chica. Mediante crowdfundings me apoyaron y he podido cerrar este capítulo, a no ser que tenga que ir a Europa.

¿Crees que la abogada, que no defendió a la víctima de 'La Manda' en el caso, empezó todo esto solo para colgarse una medalla?
— Mis interpretaciones están viciadas por mis pasiones porque es mi enemiga mortal. La he investigado bastante y sé que conoció a la chica de 'La Manada' en 2019, tres años después del caso, y ese año puso siete u ocho denuncias. Lo que ha pasado es que ha visto la gallina de los huevos de oro. Mi caso, que es muy muy muy dudoso, ha salido adelante con 15.000 euros para la chica, y la abogada, que pedía 12.000, se quedó con 7.400. Multiplica eso por siete. Es muchísimo dinero. Creo que es una instrumentalización económica de una víctima. Repito que es mi interpretación, que está viciada, pero no quiso hablar con Juan Soto Ivars cuando escribía el libro. Es una denuncia inventada interpuesta en nombre de la víctima de 'La Manada'. Además, la denuncia considera que el tour era de verdad, que se buscaba ganar dinero y pretendía enaltecer los abusos sexuales. En el juicio expliqué todo y pedí disculpas, pero años después, sigue posicionándose igual en el recurso ante el Constitucional. Ahí es donde veo mala fe. Si nuestra acción causó daño, se puede reparar, pero no con una denuncia inventada.

Para situar al lector sobre qué hacía Homo Velamine: se infiltraron como curas que apoyaban a Podemos en Vistalegre, fueron hipsters a favor de Mariano Rajoy y se hicieron pasar por españoles que defendían la independencia de Catalunya con la pancarta ‘Espanyols pel sí', con lo que llegaron a salir en The Guardian. Los medios se creyeron estos y otros troleos. ¿Qué es el ultrarracionalismo?
— Es una especie de filosofía o pensamiento irónico que puede ser muy serio. Desde esta ambigüedad, queríamos desenmascarar comportamientos reflexivos de la moral. Por ejemplo, la gente que critica los toros y luego come carne. La crítica a los toros es emocional o moral, pero la justifican mediante el sufrimiento animal, pero luego no tienes ningún reparo en comerte una vaca que seguramente ha vivido en una situación degradante. A partir de esto, evaluábamos casi cualquier cosa. En 2015 se hace más evidente la desinformación y veníamos trabajando con estas performances que emitían desinformación, pero a nivel de un pequeño grupo artístico. El propósito era jugar y explorar estos límites. Con el Brexit y Trump se empezó a hablar de todo esto y hacíamos estas acciones a la vez que el monstruo crecía de verdad hasta que nos engulló. El paradigma ha cambiado, pero evidenciarlo es casi más relevante que antes. Todo está diluido y el público es parte del sistema porque puede alimentar al algoritmo.

El humorista Joaquín Reyes se hizo viral hace poco por decir que en España no se cancela socialmente a nadie, que sí hay juicios públicos, pero que es ridículo que Miguel Bosé hable de que no puede hablar desde un programa de máxima audiencia. Creo que tiene razón, pero quiero pensar que no tenía en mente tu caso. ¿Lo ves así?
— Compartí su vídeo recordando nuestro ejemplo, pero no quiero personalizarlo en él porque lo que se viralizó es muy corto y solo expresa una idea. La primera cancelación es mi despido de Greenpeace. Se ha abierto un debate que es bueno, sobre qué es y qué no la cancelación y si existe una cultura al respecto. Ese debate es importante. Por cancelación entiendo que es apartar a una persona de un ambiente por la moralidad de su obra o persona y no por la calidad de lo que hace. A nosotros nos han apartado de ferias por la moralidad, no por lo que hacemos. Por eso hemos dejado de usar el nombre de Homo Velamine, que desapareció por la cancelación.

Hablamos de la cultura de la cancelación como si fuera algo reciente, pero en la Antigua Roma se aplicaba el Damnatio memoriae: eliminar todo cuanto recordara al condenado, como imágenes, monumentos, inscripciones, e incluso prohibir usar su nombre. Es como ese capítulo de Black Mirror en el que un condenado queda libre, pero no puede hablar ni ver a ninguna persona nítidamente. Queda bloqueado. ¿Vamos hacia ese futuro?
— Siempre digo que mi caso no es nada nuevo, como ya le pasó a Oscar Wilde o a Luis Buñuel, que es un personaje muy influyente para mí. Se fue del museo de arte moderno de Nueva York en los años cuarenta porque Salvador Dalí publicó unas memorias en las que se decía que Buñuel era comunista y ateo. Así acabó en México, y puede que eso fuera una cancelación. Ahora tiene otro nombre y cariz por las redes sociales y el peso que pueda tener un linchamiento en Twitter. Es parte del juego del ridículo de las redes. La cancelación va por cambios tecnológicos, pero también lleva aparejado un aprendizaje. Llevamos 20 años con un modelo de internet que ha cambiado muchas cosas. Nos daremos cuenta, como sociedad, de estos peligros, y creo y confío que podremos dirigirlos para bien. Aunque puede que cuando lo consigamos haya otro salto tecnológico que lo cambie todo de nuevo. La cosa es cómo se relaciona la moralidad del grupo con la tecnología.