El portavoz de PNV, Aitor Esteban (de espaldas), conversa con la vicepresidenta primera del Gobierno, Nadia Calviño (i), y la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz (d), durante el pleno del Congreso de los Diputados que debate y vota este jueves la convalidación de la reforma laboral pactada entre Gobierno y agentes sociales y aprobada por decreto ley. | Juan Carlos Hidalgo

TW
2

La unidad del bloque de la investidura ha saltado por los aires. No es la primera vez, pero esta votación por la nueva ley marco del trabajo en España se recordará de forma especial, no solo por el error de un diputado popular que ha dado alas al proyecto cuando todo parecía perdido. Hace pocos días la vicepresidenta del Gobierno y ministra del ramo, Yolanda Díaz, andaba aun atareada con las negociaciones, en las que ha invertido varios meses. Con los periodistas se mostraba taxativa: la entrada de Ciudadanos en el pacto laboral avalado por los agentes sociales expulsaba a otras formaciones de izquierda de la ecuación. El resultado final no alcanzaba para el mínimo requerido. «Sé sumar», enfatizó. Hoy ha de ver como su proyecto estrella sale a flote con el apoyo de los liberales de Inés Arrimadas, los nueve con mascarilla bien llamativa para hacerse notar, más dos votos del PdeCat, la antigua Convergència, e incluso de Unión del Pueblo Navarro (UPN), históricos socios del PP cuya dirección había acordado el apoyo a la medida. Finalmente sus cargos han hecho caso omiso a este compromiso en un imprevisto giro de los acontecimientos.

Tal vez no fuera esta la correlación de fuerzas deseada, al menos por una de las dos almas del Ejecutivo de coalición. Sin embargo, Díaz se ha presentado este jueves en el Congreso de los Diputados con la frente alta, la sonrisa ancha y el trabajo hecho, si por trabajo entendemos más síes que noes en el saco. Luego los derroteros han ido por otro lado y nadie esperaba que la sorpresa aguardara en el hemiciclo en forma de cambio súbito de opinión y error humano, todo junto y a la vez en la misma bancada conservadora.

En su uso de la palabra la vicepresidenta y ministra de Trabajo no ha dudado en tildar de histórica la iniciativa legislativa. Lo es en tanto que supera una etapa en la que los trabajadores no han visto más que menguar sus derechos. En tanto que suma al acuerdo a sindicatos y patronal, algo inédito y subrayado por algunas de las voces que se han añadido a última hora. Otras, como Arrimadas, han preferido hacer hincapié en los que se han borrado de la foto, como si apartarlos del voto afirmativo a la nueva ley laboral fuera alguna clase de triunfo político.

La reforma laboral que con su empeño Díaz ha arrancado a unos y otros puede no colmar las expectativas de todos al unísono. Es lo normal; si nadie cede, si nadie pierde aunque sea en parte, este proceso no diría ninguna palabra de empatía ni de renuncia. No sería un acuerdo. Esta vez puede que Esquerra, Bildu e incluso el PNV se hayan autoexcluido del apoyo al nuevo texto. La esperanza del Gobierno reside en que el camino de la legislatura los vuelva a reunir en otras reformas pendientes, entre ellas la fiscal, reformas de calado y de clara inclinación progresista. Tal vez sea la propia agenda la que acabe por apartar a elementos exógenos de la mayoría parlamentaria.

La negativa de Bildu y especialmente de Esquerra a apoyar la reforma laboral del Gobierno al que ayudaron a alumbrar se produce en un momento especialmente significativo donde las izquierdas plurinacionales de España asisten con cierto escepticismo a la construcción de un espacio político. Es lógico que el ascenso de Díaz y su creciente popularidad entre los votantes y simpatizantes de estas formaciones inquiete a sus líderes. Hay quien dice que sin un cierto batacazo de los Comuns ERC jamás hubiera asaltado el Palau de la Generalitat. Ya se sabe, los votos no son propiedad exclusiva de nadie, pero esta reforma laboral tampoco.