El cineasta Daniel Monzón (c), quien arrasó en los Goya de 2010 con su anterior trabajo, "Celda 211" y estrena esta semana "El Niño", un thriller sobre narcotráfico ambientado en el Estrecho, posa durante la presentación de la cinta en Madrid junto a Luis Tosar (3d), que repite con Monzón, al que acompañan, entre otros actores, Eduard Fernández (2d), Sergi López (3i) y el debutante Jesús Castro (4d). | Emilio Naranjo

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Cinco años después del éxito de Celda 211, Daniel Monzón (Palma, 1968) estrena su quinto largometraje, El Niño. El viernes llega a la cartelera española una historia «apasionante», «monumental», que «descubre qué motiva a un grupo de chavales a traficar con hachís de manera inconsciente, casi como un juego, en el Estrecho de Gibraltar y con lancha rápida». El cineasta, como hizo con la premiada Celda 211, ha vuelto a empaparse de la experiencia directa y esa es precisamente la clave para transmitir al espectador «un retrato basado en la realidad» que bien «podría ser un reportaje de investigación».

—La preparación de Celda 211 requirió de un trabajo de proximidad a las cárceles, y un contacto previo con presos y funcionarios. ¿Cómo se gestó El Niño?

El niño es un apasionante viaje humano y eso quería transmitir a la pantalla. Bajamos al sur, Jorge Guerricaechevarría [coguionista] y yo teníamos curiosidad por saber qué impulsaba a esos jóvenes a traficar con hachís en lancha rápida. Fue complicado pero, al final, acabamos patrullando con las fuerzas del orden y, tirando del hilo, pudimos hablar al cabo de una semana con quienes trafican.

—¿Encontraron lo que esperaban?

—La verdad es que dimos con algo muy alejado de los tópicos, de ese tipo de traficantes que viene del cine americano. Son jóvenes, inconscientes, creen que lo que hacen es un juego, les tira la camadería, el 'colegueo', y te lo cuentan con sentido del humor. Y eso es lo que queremos mostrar en la película. Que hay 'chavalotes' que se meten en esto porque les gusta el dinero rápido, la adrenalina, el desafío a la autoridad y que viven todo con velocidad, con la misma que conducen esas lanchas que a algunos les ha costado la vida.

—Pero El Niño es más que una película sobre el negocio de la droga.

——Sí, habla de jóvenes que creen que no se van a dar un golpe en la vida, pero el juego les enfrenta a la realidad. También de policías que sacrifican todo por su trabajo y de la situación especial que se vive en el Estrecho, donde hay de todo, desde gente que trapichea con su barquito de pesca a macroorganizaciones. Lo que descubrimos es que el Estrecho determina la vida de los jóvenes que viven allí. Sus vidas hubieran sido diferentes en otro lugar.

—¿Recibieron algún susto al inmiscuirse en un mundo tan complejo como el del narcotráfico?

—Alguno hubo, porque estábamos tratando un material explosivo. La película es un retrato de todo eso con personajes muy veraces, muy naturalistas y realistas.

—Después del filme carcelario tuvo necesidad de plantearse un cambio de registro, un giro. Habló de una comedia negra. ¿Qué modificó los planes?

—El guión de la comedia negra está ahí, es una historia que sucede en Inglaterra y se tienen que dar unas condiciones para hacerla. Durante el proceso surgió esta otra idea y me apasionó.

—¿El espectador podrá encontrar similitudes con su anterior película?

—Son muy distintas. Como director intento no imponerme un estilo.

—¿Pero Celda 211, su éxito, marcó la línea a seguir?

—Puede que sí... Una película te contamina para la siguiente. Yo quería rodar en España, tenía la necesidad de volver a rodar en español y tenía a El Niño, que es una película más monumental, abierta. Detrás de esta 'peli', que es puro entretenimiento, podría haber un reportaje de investigación.

—¿Sorprenderá al espectador ver a Malamadre (Luis Tosar) convertido en policía?

—Sí, es muy diferente. Luis Tosar aquí es de pincel fino, sutil... Tiene la virtud de mirar a la cámara y ya sabes lo que está pensando, no le hace falta hacerlo grande para llamar la atención.

—¿Aquella oferta de trabajar en Estados Unidos quedó en una anécdota?

—Sigo teniendo allí a mi agente y llegan proyectos, pero lo tengo que ver muy claro porque ésta es mi cultura, mi lengua, mi país... aunque tarde cinco años en levantar un proyecto. Las puertas no están cerradas pero no es una prioridad en mi vida. Me han ofrecido proyectos de hasta 200 millones de dólares de presupuesto, pero no podía tener el control sobre la película. El director allí es una pieza más. No quiero pulverizarme. El cine es algo que lo tienes que hacer desde la pasión. Pero no descarto que en un futuro eso me interese.

—El cine español vive unos años complicados y esta película tampoco fue ajena a las dificultades de la financiación, sobre todo, porque necesitaba de un presupuesto ambicioso de seis millones de euros.

—Seis millones para una película son maravillosos en tiempos de crisis. Aún así hemos sacado chispas del presupuesto gracias a un equipo extraordinario, en Cannes alucinaban de que la hubiéramos podido hacer con esos márgenes. Me ofrecieron mucho dinero, un presupuesto cinco veces mayor del que tuvo, para rodarla en inglés. Pero era un disparate. Esta película tiene sentido en su lengua original. Yo me pongo al servicio de la historia, soy un asalariado de la historia y hubiera sido un despropósito rodarla con actores ingleses.

—¿Algo de este filme se podría haber rodado en Mallorca?

—El paisaje manda, define... Igual algunas escenas, sí, pero la producción, la financiación, marca cómo hay que hacer las cosas. A mí me hubiera encantado, siempre lo sugiero, lo dejo caer. Mallorca es el plató de cine más maravilloso que conozco. Incluso para Celda 211 también investigué. Miré la cárcel de mujeres para hacerla allí, pero era complicado porque está operativa y activa.