Casi 39 años separan la llegada de don Juan Carlos al trono, en una etapa histórica de gran incertidumbre marcada por la muerte de Franco, de la ocasión que ahora se presenta al Heredero de la Corona, en circunstancias políticas y sociales muy distintas y con el país sometido a una crisis económica de la que aún no ha salido.
Acompañado de la princesa Letizia, con quien se casó hace diez años, don Felipe tiene ante sí un cometido institucional que no puede desmarcarse de la realidad social y política española y que incluye la modernización de la institución, tarea ya emprendida en los últimos años por la Casa del Rey.
Porque esta cita con la historia del nuevo monarca Felipe VI coincide con un creciente proceso de desapego hacia la clase política y los gobernantes, y se produce justo después de unas comicios europeos que han puesto el timbre de alarma en los grandes partidos con unos resultados que auguran el fin del bipartidismo.
La Corona no ha escapado a este distanciamiento ciudadano repetidamente constatado en las encuestas y que tiene su fecha decisiva en abril de 2012.
Aquel mes marcó un antes y un después en lo que se refiere al respaldo popular a la Monarquía, después de que una caída sufrida por don Juan Carlos en Botsuana durante una cacería de elefantes de la que no se tenía noticia, le llevara urgentemente al quirófano en Madrid y le obligara a pedir disculpas públicas.
La institución ya sufría para entonces los daños colaterales del «caso Urdangarin», agravados después con la imputación de la infanta Cristina que, como su marido, tuvo que declarar en el juzgado de Palma y está pendiente de la resolución judicial del caso.
Entre tanto, el Príncipe de Asturias se ha mantenido fiel a sus cometidos como Heredero de la Corona, ha reforzado su agenda y ha asumido un importante papel institucional que, sin llegar a sustituir a su padre en la Jefatura del Estado, le ha llevado a un lugar preferente en la proyección pública de la Casa Real.
La estadística de sus actos públicos, tanto en España como en el extranjero, supera en número a cualquier otro miembro de Familia Real, e incluso pronuncia más discursos que el propio Rey.
Nadie ha dudado en este tiempo de su capacidad no sólo para llevar a cabo estas tareas, sino también para reemplazar a don Juan Carlos cuando llegara el momento, una opinión extendida en todos cuantos ha tenido oportunidad de conocerle de cerca.
Y ese momento ha llegado, merced a una renuncia que permite traer a colación las palabras del propio Rey, en la entrevista que en diciembre de 2012 concedió a TVE; para su padre, don Felipe era el Príncipe de Asturias «mejor preparado de la historia».
O las que hoy mismo ha leído en su mensaje televisado a los españoles: «El Príncipe de Asturias tiene la madurez, la preparación y el sentido de la responsabilidad necesarios para asumir con plenas garantías la Jefatura del Estado y abrir una nueva etapa de esperanza en la que se combinen la experiencia adquirida y el impulso de una nueva generación».
¿Qué motivos tiene el jefe del Estado para hablar con ese entusiasmo de su hijo? Los mismos que llevan a cualquiera de los interlocutores que han tratado con él a coincidir en el tópico sobre la alta cualificación del Heredero.
Más allá de su actividad pública, en actos, audiencias y discursos, el Príncipe celebra reuniones de trabajo, alejadas de los focos, para «pulsar» la situación del país y conocer su realidad a través de expertos de distintos ámbitos de la sociedad.
Especial atención presta a todo lo que tiene que ver con la economía, los emprendedores -más si son jóvenes-, la ciencia y los avances tecnológicos, y comparte con la princesa Letizia su aprecio hacia el arte y la cultura.
Su personalidad, que puede parecer fría en los actos públicos, sin un mal gesto ni una salida de tono, se hace cercana en el trato directo, donde deja ver que también tiene humor y capacidad crítica.
Estos contactos trabados a lo largo de los años le van a ser especialmente útiles en la nueva etapa que se abre ahora para la Jefatura del Estado; y no se trata sólo de vínculos logrados en España, sino también en el resto del mundo.
Uno de sus mayores retos será sin duda el papel de «primer embajador» de España que le corresponderá ahora desempeñar, dando continuidad a las funciones que al respecto llevó a cabo su padre y que ha cumplido hasta el último momento, con sus viajes de los últimos dos meses a cinco países del Golfo Pérsico.
El Príncipe de Asturias ha estado presente en la mayoría de las tomas de posesión de presidentes iberoamericanos de las últimas décadas, y sus viajes al continente americano y a Europa superan los dos centenares.
Su seriedad, uno de los rasgos de su carácter más destacados, es apreciada fuera de España en estos viajes, algunos de los cuales ha emprendido acompañado de doña Letizia, como el de noviembre del año pasado a los Estados Unidos.
Deportista como su padre, aficionado sobre todo a la vela y el esquí, su formación académica -es licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid- incluyó asignaturas de Económicas; también estudió en Canadá y en EEUU, habla inglés y francés.
Y, como corresponde al que va a ser jefe de las Fuerzas Armadas, en sus estudios militares pasó por la Academia Militar de Zaragoza, la Escuela Naval de Marín y la Academia General del Aire de San Javier; además es piloto de helicópteros.
A toda esta formación se suma algo que no se aprende en las academias, una experiencia obtenida desde un privilegiado punto de vista sobre España y el mundo, enriquecido en la última década con la aportación personal de doña Letizia, próxima reina de España.
En septiembre pasado, en su viaje a los Estados Unidos, ambos fueron recibidos en Miami como estrellas de Hollywood, aclamados de tal manera en el teatro Olympia casi se venía abajo.
La Princesa confesó: «Vamos a tener que venir más a Miami». Falta ahora un recibimiento más importante, el que les dispensarán, ya como Reyes, todos los españoles.
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