Presos sirios liberados regresan a las celdas tras el derrocamiento del dictador. | Reuters - Amr Abdallah Dalsh

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Basim Faiz Mawat ha regresado a la celda de Damasco que sus compañeros solían llamar el «dormitorio de la muerte», con dificultades para creer que el sistema que abusó de él durante tanto tiempo ha sido derrocado y que su sufrimiento ha terminado.

«Hoy he venido aquí solo para ver que, en realidad, nada dura para siempre», dijo este hombre de 48 años mientras visitaba junto con otro preso liberado, Mohamed Hanania, el centro de detención donde los guardias nunca mostraron piedad. Son algunos de los miles de presos que salieron del sistema penitenciario sirio el pasado domingo, después de que un avance inesperado de los rebeldes derrocara al presidente Bashar al-Asad y pusiera fin a cinco décadas de Gobierno de su familia.

Muchos detenidos fueron recibidos por lágrimas de sus familiares que pensaban que los habían ejecutado hace años. «En esta habitación, que solía llamarse 'Acero 1 - el dormitorio de la muerte', morían entre una y tres personas diariamente», dijo Hanania, de 35 años, a Reuters. «El sargento, cuando no perdía a alguien, cuando alguien no moría de debilidad, lo mataba. Los llevaba a los aseos y les golpeaba con el tacón del zapato en la cabeza».

Hanania siguió caminando junto a largas filas de celdas vacías. Los nombres de los presos —Mohamed al-Masry, Ahmed y otros— estaban grabados en las paredes junto con fechas. Los suelos estaban llenos de escombros y ropa desechada. En una celda aún había una hilera de mantas donde habían dormido los presos. Ambos miraban una imagen de Asad en la pared, acusado de torturar y matar a miles de personas, abusos que también se cometieron durante el régimen de terror de su padre, Hafez. «Nadie podría haber creído que esto ocurriría», dijo Mawat.

En otra habitación, de pie junto a una escalera azul oxidada, Hanania describió cómo le vendaban los ojos y le obligaban a subir los peldaños. Luego, su torturador apartaba la escalera de un puntapié y él quedaba suspendido por los brazos del techo, agonizando. «Me desgarraban los hombros y no podía decir ni una palabra. No aguantaba más de cinco o diez minutos», afirmó. Grupos de derechos han denunciado ejecuciones masivas en las cárceles de Siria. En 2017, Estados Unidos dijo que había identificado un nuevo crematorio en la prisión militar de Sednaya, a las afueras de Damasco, para deshacerse de los presos ahorcados.

El líder rebelde sirio Ahmad al-Sharaa —más conocido como Abu Mohamed al-Golani—, principal comandante de los rebeldes que derrocaron a Asad, ha afirmado que cerrará las prisiones y perseguirá a cualquiera que esté implicado en la tortura o el asesinato de detenidos. Asad huyó a su aliada Rusia, donde se le concedió asilo. «A estas alturas, si todo el mundo piensa en vengarse, no tenemos otra solución que perdonar», dijo Hanania. «Pero el criminal que tiene sangre (en sus manos) debe rendir cuentas. Dejaré que Dios me conceda mis derechos».