Exposición de soldados del batallón Azov muertos en combate ante la catedral de Santa Sofia. | Gervasio Sánchez
Todas las celebraciones importantes ucranianas se conmemoran en la plaza de la catedral de Santa Sofía en Kiev, inscrita en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco desde 1990. Se utiliza regularmente para las celebraciones del Día de la Independencia, Navidad, Pascua y otras fiestas. No hay mejor lugar para glorificar la experiencia bélica realizada por los soldados-ciudadanos que acuden como voluntarios al campo de batalla. Especialmente del mítico batallón Azov, una unidad paramilitar creada el 5 de mayo de 2014 poco después de los primeros bombardeos rusos sobre Ucrania, cuyos integrantes son enaltecidos por la población ucraniana y, denominados como «terroristas con vínculos neonazis» por el Tribunal Supremo de Rusia.
En los 20 módulos de una exposición fotográfica desplegada bajo el campanario de la bellísima Santa Sofia se muestran los rostros y las historias de 156 militares de los 300 muertos en combate mientras defendían la ciudad de Mariúpol, de 400.000 habitantes, y Azovstal, el complejo industrial en el que llegaron a trabajar 10.000 personas. Decenas de personas se detienen ante los retratos, algunos se santiguan, otros se emocionan o se secan las lágrimas. Es un lugar por el que cada día pasan decenas de miles de ciudadanos camino de sus trabajos. Toda la parafernalia bélica (cascos, chalecos, armas) está presente en muchos de los retratos frontales, pero las miradas de los muertos son relajadas, sonrientes, afables.
Esta unidad militar luchó heroicamente en Mariupol y se rindió en mayo. Antes, según se cuenta en uno de los panales, provocaron la muerte de 1.157 enemigos aunque, entre paréntesis, se indica que 840 muertos nunca fueron confirmados, destruyeron 49 carros de combate rusos y 23 blindados e inutilizaron otros 50. La batalla de Mariupol ha sido una de las más violentas de la guerra. Fuentes ucranianas aseguraron que los bombardeos rusos dañaron el 60% de los edificios residenciales y destruyeron el 40%. También resultaron dañados y destruidos siente hospitales, tres alas de maternidad, siete institutos de enseñanza superior, 57 escuelas y 70 guarderías.
Entre los muertos que se presentan en la exposición destacan el matrimonio formado por Vitali Taranyn, reventado por una bomba de tres toneladas el 15 de abril con 35 años mientras convalecía en el hospital de campaña de heridas muy graves sufridas un mes antes, y Ala Taranyna, de 33 años, muerta por una explosión en el bunker en el que se protegía apenas dos semanas después. Ambos se habían presentado voluntarios en el Azov en agosto de 2014. En el panel se explica que Vitali quería tener una familia numerosa y había sido condecorado con la Cruz al Valor y que Ala sacaba muy buenas notas en sus entrenamientos y también había recibido la misma condecoración. El texto indica que el deseo de la familia es que Danilo, hijo y huérfano de ambos, se convierta en un militar como sus padres y su abuelo.
Los hermanos Gipik cubren el lateral de un panel. El mayor Bogdan de 33 años murió el 17 de abril y el pequeño Jaroslav, de 30 años, un mes antes. El primero cayó en combate mientras cumplía una orden y murió después de sufrir graves heridas y el pequeño, que era capitán de una unidad de francotiradores, fue alcanzado por la carga explosiva de un blindado mientras intentaba atacarlo e inutilizarlo con un lanzagranadas. La señora Lubov Sapa, de 72 años, lleva un buen rato paseándose por los paneles y leyendo cada una de los historias como si buscara a alguien en concreto. «Todos ellos son nuestros héroes que protegieron a Ucrania y murieron por ello», explica al borde del llanto.
Abandonó su casa de Mariúpol el 22 de marzo con lo puesto, su hija Karina y su gato. Necesitaron cuatro días para llegar a la zona bajo el control de los ucranianos y poder tomar uno de los autobuses de evacuación. «Fue horrible vivir casi un mes bajo las bombas y tener que abandonar todas tus pertenencias. Todavía hoy me altero cuando escucho un ruido demasiado alto. Pero voy a volver a mi ciudad porque allí está mi patria y mi casa», relata.
La palabra miedo es insuficiente para describir lo que vivieron. «Vivíamos aterrorizados aunque la guerra no se puede contar con palabras», reflexiona. Su hija Karina intenta ser más precisa: «La guerra es la muerte de todo, de las personas, de sus cuerpos que quedan destrozados, de las viviendas, de los puentes, de todo lo que es importante para ti».
Madre e hija siguen su camino y se detienen ante el retrato de Natalia Strebkova, muerta el 15 de abril con 44 años. Esta peluquera decidió en 2017 que su destino era ser militar y se convirtió en amiga, hermana y madre de todos sus compañeros en el Azov. A partir del 24 de febrero, inicio de los ataques de los rusos, trabajo como cocinera y enfermera. Sus superiores le ordenaron hasta en tres ocasiones abandonar la fábrica de Azovstal, pero ella se opuso porque quería luchar junto a los más jóvenes. Un bombardeo contra su refugio acabó con su vida.
Al inicio de la guerra en el Este de Ucrania en 2014, varones de todo el país y algunas mujeres se presentaron como voluntarios para luchar contra los separatistas rusos. Como ocurrió durante los conflictos de los Balcanes, algunas de las unidades, incluida el batallón Azov, se crearon fuera del control de las Fuerza Armadas de Ucrania. Algunos de los integrantes usaban estética nazi y se habían radicalizado como ultras de equipos de fútbol.
«En la fase del conflicto de 2014 a 2016 detectamos abusos, hubo saqueos y algunos episodios graves como ejecuciones extrajudiciales, actos que podrían ser considerados crímenes de guerra. Ambas partes, tanto los pro rusos como los batallones pro ucranianos como el Azov o Pravi Sector, cometieron este tipo de actos», explicó Carlos de las Heras, portavoz de Amnistía Internacional, al periodista de El Independiente, Rafael Ordoñez en marzo de 2022. Aunque el mismo portavoz de la organización humanitaria también admitió que desde la agresión rusa no existía constancia de nuevos abusos.
En Rusia, Vladimir Putin ha acusado en múltiples ocasiones a Ucrania de estar dirigida por «neonazis, rusófilos y antisemitas» y así justificar la invasión de su ejército y, también, desviar la atención y minimizar los crímenes de guerra cometidos por sus soldados. El más veterano de los soldados caídos se llamaba Olexander Vigran, un conductor de la batallón desde 2015 y originario de Mariúpol que murió defendiendo la fábrica dos semanas antes de cumplir los 64 años. Las últimas palabras que pronunció y que pidió que fueran trasladadas a su familia fueron: «Seguro que vamos a ganar».
Vladislav Goroshko era el benjamín del batallón, también natural de la ciudad, muerto el 26 de marzo con 20 años dos días antes de su cumpleaños. En su relato se cuenta que era un gran combatiente y un magnífico compañero. A pesar de su juventud luchaba con gran motivación y era un ejemplo para otros jóvenes. Se había presentado voluntario y convalidaba la instrucción militar con los estudios universitarios. Combatía como un héroe cuando fue herido mortalmente. Fue condecorado a título póstumo con la Medalla al Valor.
Decía el filósofo Platón que «solo los muertos viven el final de una guerra» mientras el historiador Herodoto incidía que «en la paz los hijos entierran a sus padres mientras en la guerra son los padres los que entierran a sus hijos».
3 comentarios
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HEROES, es lo que son, los hay que prefieren vivir sojuzgados de por vida y luego están los que plantan cara.
Batallón Naziov
... más bien no, son los que escapan de las guerras, huyendo, los refugiados y desplazados, los que son lo suficientemente inteligentes y con sentido común, los que ven el final de los conflictos, los que viven para contarlo... la carne de cañón puede ser muy heroica, pero al final sólo es eso, restos en un hoyo y una foto con una vida resumida en un párrafo cual una performance nacionalista y religiosa... y mucha medalla, como golosinas que no llenan el estómago sino provocan caries y diabetes... las medallas son abalorios con los que epatar a los simples...