Exhibición de una parte de un misil ruso lanzado contra Kiev | Gervasio Sánchez
El invierno se aproxima con rapidez a la capital ucraniana y la población se prepara para resistir si se produce el colapso del sistema energético, de gas y agua. Los ataques masivos «con armas de precisión» del lunes pasado confirmaron el interés del ejército ruso por destruir instalaciones energéticas y acuíferas del país y dejar sin luz y agua a los ciudadanos. Durante al menos 24 horas, el 80% de los usuarios de Kiev, la capital de Ucrania, sufrió restricciones de agua en sus hogares mientras la población de localidades de siete regiones distintas se vio afectada por apagones. Daria es una joven de 25 años, madre de dos niños menores de tres años, que se trasladó en abril a la capital desde Irpin, una ciudad residencial situada a unos kilómetros distancia que estuvo semanas bajo los bombardeos rusos. Consciente de que todo puede empeorar se construyó una chimenea de leña en verano y ahora está esperando una batería solar. «Por suerte a mi suegra le encanta envasar conservas y tenemos los botes suficientes para resistir un año o dos años de guerra», comenta con una sorprendente calma esta diseñadora de interiores que estudia a distancia en una escuela de arte. «Estoy tan tranquila que he ido a visitar una exposición de pintura con mis hijos, pero le ha encontrado cerrada», comenta antes de seguir con su paseo otoñal.
Lisa, de 20 años, es la administradora de una tienda de chocolates situada en los bajos de un edificio alcanzado por el impacto directo de uno de los proyectiles rusos lanzados en los primeros días de la guerra iniciada en febrero «Llevo cuatro años trabajando y estudiando y soy muy consciente de que sin dinero no eres nadie cuando todo colapsa. Mi madre vive en un pueblo cercano y ya ha comprado el doble de gasoil de años anteriores», explica la joven mientras atiende a unos clientes. Deja muy claro que no se irá de Ucrania pase lo que pase. Igor, de 45 años, acepta hablar en la puerta de entrada del edificio. «El proyectil se estrelló al lado de la habitación de mis hijos. Por suerte, unos días antes se habían marchado con su madre a Suiza», explica. Y añade: «El invierno va a ser muy duro. He comprado una gran batería para poder tener energía de forma autónoma y un enlace de internet por satélite para no quedarme aislado y sin noticias».
Está seguro de que los ataques rusos contra las estaciones eléctricas se van a multiplicar, pero también cree que «el avance militar e imparable de nuestros soldados nos permitirán pronto recuperar la totalidad de las áreas ocupadas por los invasores». Afirma que su lengua vernácula es el ruso, pero «prefiero morir antes de que mi tierra sea ocupada por esa gentuza (así llama a los soldados rusos y lo recalca)». Algunas informaciones aseguran que los bombardeos rusos han destruido un 40% del sistema energético ucraniano y la compañía eléctrica nacional tiene dificultades para encontrar recambios para las reparaciones. El mandatario ucraniano, Volodimir Zelenski, ya advirtió la semana pasada que Ucrania se enfrentaba «al invierno más difícil de nuestra historia».
Rusia pretende agudizar su guerra energética contra Ucrania después de haber destruido el 30% de su capacidad de generar energía. Los cortes de luz se van a multiplicar porque el estado ucraniano tiene que ahorrar energía antes de que lleve el duro invierno. Según el diario estadounidense The New York Times, la situación se ha vuelto crítica en las regiones víctimas de los bombardeos ya que el gobierno ucraniano tiene serios problemas para encontrar el vidrio suficiente para reparar todas las ventanas y asegurar un mayor aislamiento de las casas cuando llegue el frío polar. La mujer fuma sin descanso en una plaza céntrica de Kiev y muestra un rostro avejentado con profundas ojeras a pesar de que sólo tiene 58 años. Ha rellenado decenas de botes con carne de cerdo. Ha comprado linternas, cargadores de luz y muchas velas. «Soy esposa de un militar y estoy preparada para vivir la situación más complicada. Soy una patriota pura y dura preparada para luchar en el frente como una guerrillera más en una guerra que con total seguridad vamos a ganar», afirma sin dejarse influir por la pasión. Como una gran parte de los ciudadanos consultados tiene muy claro que no se va a ir de Ucrania y está contenta porque muchos de los que se fueron en la primavera están regresando. Tiene claro por qué: «Te atrae tanto tu propia tierra que te impide irte definitivamente».
Valeria, estudiante universitaria de Lingüística de 19 años, pensó en irse cuando empezaron los duros combates de febrero. Recibió invitaciones de amigas y amigos ucranianos que están diseminados por Europa. Pero se lo pensó mejor: «Prefiero entender lo que está pasando con mi país aquí que vivir preocupada todo el día en el extranjero». Admite que no se ha preparado psicológicamente ante la posibilidad de un duro invierno. Sus padres ya han comprado lo indispensable y ella tiene bastante ropa de invierno. «Lo que más me angustia es qué voy a hacer con mi loro para hacerle entrar en calor cuando el frío apriete», explica con una sonrisa. Nada indica que se pueda establecer un alto el fuego antes de que llegue el crudo invierno aunque sea por motivos humanitarios. Tampoco hay visos del inicio de conversaciones que busquen una salida a un conflicto que parece empantanado desde hace semanas. Sólo fructifican los intercambios de prisioneros entre ambos bandos. Los inviernos fueron extremadamente duros durante la guerra de Bosnia-Herzegovina. Los sitiadores serbios incrementaron su acoso a las ciudades cercadas, entre ellas la capital Sarajevo, y el frío y el miedo pasaron a formar parte de la vida diaria de los ciudadanos sitiados.
El colapso energético ante el intenso frío y la obligación de acudir a las fuentes públicas para rellenar garrafas de aguas convirtieron aquel país de la antigua Yugoslavia en un matadero en el que murieron miles de personas de frío o alcanzados por los francotiradores o los proyectiles de artillería o morteros que eran lanzados intencionadamente contra los civiles. La población ucraniana es diez veces superior a la población bosnia y la ciudad de Kiev tiene ocho veces más habitantes que Sarajevo. El drama humanitario puede ser diez veces mayor sino se buscan soluciones de urgencia. Y no hay que olvidar que dirigir ataques directos contra civiles ya fueron considerados crímenes de guerra en los tribunales que juzgaron a los criminales. La cámara de Apelación del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY) condenó al ex general serbobosnio Stanislav Galic, encargado de de las Fuerzas que asediaron Sarajevo entre 1992 y 1994, a cadena perpetua por "terror contra la población civil" en noviembre de 2006, la condena más dura dictada hasta ese momento por ese organismo jurídico.
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