Hay cosas que parecen eternas. Isabel II de Inglaterra era una de ellas. Pulverizó todos los récords de su insigne tatarabuela, la ya legendaria reina Victoria. Durante setenta años esa mujer menuda, valiente y enigmática ha sido la imagen viva de la historia. Incluso los más ancianos apenas recuerdan a su predecesor. No estaba destinada a reinar, pero las carambolas del azar la colocaron ahí, a los 26 años, nada menos que en el trono más importante del mundo cuando su país era un imperio que se deshacía. Para nosotros, el común de los mortales, ha sido siempre una figura casi mitológica, apenas se le oía hablar más allá del discurso navideño, aunque nos enterábamos de todos los acontecimientos que afectaban a su familia a través de la descarada prensa inglesa.
El fin de una era
Palma08/09/22 20:31
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1 comentario
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Sí, l' "era" estava esperant a que morís una que va de reina (de contes) per la vida.