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La noticia saltaba el pasado día 15 de febrero. Los abogados del príncipe Andrés anunciaban que habían llegado a un acuerdo con su denunciante, Virginia Giuffre, y que no haría falta llegar a los tribunales. Todo a cambio de varios condicionantes: entre otros, el pago de más de 12 millones de libras (unos 14,3 millones de euros), dinero que el hijo de Isabel II le pedirá a su madre, o renegar del magnate que había creado todo un entramado de tráfico sexual de menores y abusos sexuales, Jeffrey Epstein (quien se suicidó en su celda antes de que tuviese lugar el juicio), y de su mano derecha, Ghislaine Maxwell, quien a finales de 2021 era hallada culpable de haber manejado los hilos de las horribles prácticas del banquero y sus amigos.

Casi todo el mundo daba por hecho que una vez delante del juez y con un jurado por delante, el duque de York acabaría entre rejas. Era difícil pensar en su inocencia con cada nueva noticia que iba saliendo: su defensa iba a estar respaldada por Kevin Spacey (ahora paria de Hollywood tras darse a conocer todo su historial de acoso sexual), se descubría su macabra colección de osos de peluche y hasta la propia familia real británica le daba la espalda, su hermano y heredero Carlos de Inglaterra el primero, quitándole no solo todos sus títulos sino retirándole de igual manera sus redes sociales y hasta la prueba de hípica que lleva su nombre.

Quizá por ello haya sorprendido enormemente la decisión de Virginia Giuffre de acabar con la demanda por la vía más rápida: aceptando el pacto con los abogados del príncipe. Y más justo después de que ella misma dijera que "los ricos no están por encima de la ley". Hay quien incluso ha tildado de decepcionante su acuerdo.

Y sin embargo, mirando su biografía, no solo es fácil entender su postura, sino que, históricamente, se sabe ganadora: ella se lleva el dinero y, sí, tal vez el príncipe Andrés no pise la cárcel, pero nada puede evitar que todo el mundo -los propios británicos así lo demuestran en sus encuestas- le considere un abusador sexual de menores o que sus deleznables prácticas aparezcan en futuras películas o series de televisión. Ha sacado a la luz pública una verdad soterrada de las élites mundiales. Y ella, por fin, se aleja del ojo mediático (y nunca más con ninguna preocupación por su cuenta corriente).

Y eso, desvincularse de miradas ajenas, es algo que necesita esta californiana de 38 años (nació en Sacramento en 1983) que, desgraciadamente, ya sabía antes de su encuentro con Epstein, Maxwell y compañía lo que era ser víctima de abusos sexuales. Por ello y por lo que vino después creó en 2015 la organización sin ánimo de lucro Victims Refuse Silence, donde ayuda a otras mujeres que ha sufrido lo mismo que ella.

El culpable de la violación infantil en su caso fue un amigo de la familia y este hecho marcó su vida para siempre, como reconoció en la ya famosa entrevista que le hizo el programa Panorama para la cadena BBC británica y con la que respondía a la que anteriormente había concedido el duque de York en la que no solo negó las acusaciones sino conocerla (habiéndose ya publicado la fotografía en la que aparecían juntos).

Entonces llamada Virginia Louise Roberts, y dado el "hogar problemático" en el que creció, fue tan rápido entrando en diversos hogares de acogida como saliendo de ellos a las calles donde solo halló "hambre, dolor y más abuso". Poco después de vivir en las calles, vivió 6 meses con el traficante sexual de Miami Ron Eppinger, de 65 años, que también abusó de ella bajo el pretexto de aparecer en su agencia de moda Perfect 10. Más tarde sería juzgado y encontrado culpable.

Volvió a vivir con su padre, que le ofreció un puesto en el mismo lugar en el que él trabajaba: el club privado Mar-a-Lago, propiedad del expresidente estadounidense Donald Trump. Allí fue donde le echó el ojo una "villana de James Bond", como la llegaron a definir: Ghislaine Maxwell. La hija del magnate de la prensa Robert Maxwell se acercó a ella, que estaba leyendo, y le ofreció un puesto de masajista. Virginia no se lo pensó.

Ha contado que la primera vez que vio a Jeffrey Epstein este estaba esperándola desnudo sobre la cama para decirle cómo había de masajearle. Lo más curioso es que tanto el banquero como Maxwell ya sabían por la joven que había sufrido abusos, por lo que en los años siguientes se aprovecharon de su vulnerabilidad tanto ellos como sus poderosos amigos, quienes, en sus palabras, se la pasaron unos a otros "como un plato de fruta". Uno de esas amistades que conoció en 2001 fue el príncipe Andrés.

Lo hizo en Londres, tras haber volado en el Lolita Express de Epstein para una fiesta privada. Maxwell le dijo que tenía "que hacer por Andrés lo que hacía por Jeffrey". "Fue un momento realmente aterrador en mi vida... No estaba esposada a un fregadero, pero porque mis cadenas eran estas mismas personas y su poder", confesó. Según su declaración, tendría que acostarse dos veces más con el duque: en Manhattan y en las Islas Vírgenes. Ambas en sendas casas del terror del magnate, en fiestas con nombres conocidos.

Desde Buckingham Palace han negado las acusaciones, que llegaron por primera vez en 2015, cuando acudió a los juzgados tras una llamada de las autoridades, que ya investigaban la trama por otras jóvenes. Virginia Giuffre fue la primera en dar el nombre del príncipe Andrés. Un juez federal determinó que su palabra no podría tenerse en cuenta en la demanda colectiva y seis años después decidió emprender las acciones legales en un tribunal de Nueva York contra el hijo de la soberana por abusos sexuales de menores.

Así que este final también es una forma de darle a su familia aquello que a ella le arrebataron personas como las que tuvo la infortuna de conocer durante su infancia y adolescencia. Durante este tiempo, Virginia ha encontrado el amor en un hombre llamado Robert con el que se casó en 2002 y que ha sido su gran apoyo durante todos estos años, sobre todo porque la ayudó a salir de toda aquella burbuja.

Con él vivió 11 años en el estado de Nueva Gales del Sur, en Australia. En noviembre de 2013 se mudaban a Estados Unidos, viviendo primero en Florida y luego en Colorado, aunque más tarde ella, su marido y sus tres hijos (dos niños y una niña) volverían a Australia, aunque dentro del país oceánico se han cambiado varias veces de casa. Dedica mucho tiempo a la fundación con la que ayuda a las víctimas, precisamente a la que el príncipe Andrés tendrá que donar una cantidad importante de dinero.