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El caso de una niña afgana vendida como esposa a un desconocido que le quintuplica la edad ha removido consciencias y estómagos desde que su nombre, Parwana, empezara a mencionarse con profusión en las últimas horas en las redes sociales. Sin embargo, y a pesar de todas las reacciones y comentarios que ha producido este drama humano en Occidente, su situación no ha cambiado ni un ápice.

Su historia ha sido conocida gracias a un testimonio de la CNN. En un reportaje realizado in situ en territorio afgano se muestra a la pequeña pintándose los ojos y con los labios con carmín. Los periodistas recaban las palabras de su padre, un abatido campesino sin trabajo, dinero, ni comida. «Tengo que venderla, no tengo otra opción» se justifica Abdul Malik ante las cámaras, la única forma de que los ocho miembros de la familia sigan con vida.

Hace años que la familia de Parwana sobrevive en un campo de refugiados. Tras el ascenso al poder de los talibán la ayuda humanitaria ha escaseado y muchas personas afrontan una situación límite, a las puertas del frío invierno afgano. Su padre asegura ante las cámaras de la CNN que hace un tiempo ya tuvo que vender a la hermana mayor de Parwana, de 12 años de edad.

Los reporteros incluso captan declaraciones de Qorban, el comprador de la niña a quien algunas voces occidentales tachan de violador y pederasta, aunque él defiende que ha comprado a Parwana para cuidar de ella, que la tendrá trabajando en su casa y que no la golpeará.

«Esta es tu esposa. Por favor, cuídala, ahora eres responsable de ella, por favor no la golpees» dice el padre de Parwana mientras la vende a un hombre de 55 años. Pura y dura esclavitud moderna, por casi 2.000 euros, ante los ojos de todos.