En el palacio tangerino, Mohamed VI, enfundado en una chilaba de color rosa pálido, recibió a algunas de las personalidades civiles y militares del reino, además de diplomáticos y de jefes de los cultos cristianos y judío que ejercen en suelo marroquí.
No hubo este año invitados extranjeros de renombre -otros años han pasado por esta fiesta expresidentes españoles como Felipe González o José Luis Rodríguez Zapatero-, ni tampoco el rey repartió condecoraciones a marroquíes que hayan destacado por su labor en el país o en el extranjero, como suele ser habitual otros años en esta misma fiesta.
El Palacio Real dio órdenes el pasado 14 de junio de que las diferentes instituciones eviten el fasto y la fiesta se celebre «según las costumbres y tradiciones habituales», «sin celebraciones suplementarias o especiales».
No hubo entonces ninguna explicación a estas instrucciones, pero puede adivinarse que tiene que ver con la temática elegida por el rey este año para pronunciar el discurso de esta festividad, y que fue las desigualdades sociales aún persistentes en el país.
«Sin duda, hay ciudadanos que perciben mal los resultados de estos logros (del reinado) en sus condiciones de vida, sobre todo en lo que respecta a la satisfacción de sus necesidades cotidianas y en especial a la prestación de servicios sociales de base y a la reducción de las desigualdades sociales», dijo el monarca en su discurso de anoche.
Las palabras de Mohamed VI no eran sino el eco de lo que venía siendo subrayado en los pasados días, de la boca de personas próximas al rey: ayer mismo, el Gobernador del Bak Al Maghrib (banco central), Abdelatif Jouahri, también dijo ante el rey que los resultado económicos de 2018 «son insuficientes para responder a las aspiraciones sociales».
En el plano más político, no se cumplieron las expectativas puestas en esta fecha de que el vigésimo aniversario de Mohamed VI en el trono supusiera la conclusión y cierre de la llamada «crisis del Rif» con la salida a la calle del medio centenar de rifeños presos por participar en las revueltas sociales de 2016 y 2017.
Finalmente, el monarca indultó solamente a nueve de los presos del movimiento rifeño «Hirak», pero ninguno de los considerados dirigentes, dentro de un indulto masivo (fueron 4.764 los beneficiarios) que incluyó a un número indeterminado de salafistas.
En el caso de estos presos rifeños y salafistas, la condición para lograr el indulto era solicitarlo formalmente, además de «expresar oficialmente su adhesión a las constantes y los símbolos sagrados de la nación y de las instituciones nacionales, revisar sus orientaciones ideológicas y rechazar el extremismo y el terrorismo».
Las festividades por la Fiesta del Trono concluirán mañana en Tetuán, donde se celebrará la tradicional ceremonia de la «beia», en la que cientos de notables y de cargos electos de todo el país, ataviados de un riguroso hábito blanco, rinden pleitesía al monarca.
En España, la Fiesta del Trono de Marruecos ha tenido una notable presencia periodística: hoy el presidente en funciones Pedro Sánchez publicaba un artículo en «El País» en el que comenzaba felicitando al rey Mohamed VI «por los avances realizados», antes de glosar el excelente momento de las relaciones bilaterales.
También el predecesor de Sánchez, Mariano Rajoy, publicó un artículo similar en el diario «ABC» en el que afirmó que «las reformas impulsadas por el rey Mohamed VI (pretenden) situar a Marruecos a la vanguardia del mundo árabe y convertirse así en un ejemplo a seguir para muchos países del mundo».
A ambos les precedió ayer José Luis Rodríguez Zapatero, también en «El País», quien, hoy mismo da una larga entrevista al diario oficialista marroquí «Le Matin» en el que no escatima elogios al monarca alauí y los logros durante su reinado: «En estos últimos veinte años, Marruecos ha emprendido de manera definitiva su modernización; yo he sido testigo de los cambios y la revolución».
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Este zascandil déspota, tirano y vividor, es uno de los reyes más ricos del mundo. Tiene más de cuarenta palacios exuberantes llenos de riquezas increíbles. Posee una fortuna personal estimada en varios miles de millones de doláres, que por supuesto están repartidos en cuentas secretas por varios paraísos fiscales. Ni siquiera vive en Rabat, porque eso no tiene glamour, sino que el tío con toda su jeta vive todo el año con su familia como un marajá en París, rodeado de lujos y riquezas asombrosas. Y todo eso mientras su pueblo vive miserablemente anclado aún en la Edad Media, pasando hambre. Y encima, los muy ignorantes, lo adoran. Es para mear y no echar gota.