De 46 años e imponente belleza, Melania es la antítesis de su marido, «Donald», en cuanto a personalidad se refiere: es extraordinariamente discreta, siempre mantiene un tono sosegado y evita a toda costa verse involucrada en polémicas.
En la incendiaria campaña de Donald Trump, con quien se casó hace once años, se ha mantenido lo más alejada posible de los focos, cediéndole el protagonismo a Ivanka, hija del primer matrimonio del multimillonario y una de sus principales asesoras.
Solo ha dado un mitin y en la última semana de campaña, para pedir el voto de las mujeres en el estado decisivo de Pensilvania.
Midiendo al máximo sus palabras, todo lo contrario a lo que acostumbra a hacer su marido, Melania se ha presentado en las escasas entrevistas que ha concedido como una mujer devota de su familia y que mantendría un papel muy tradicional.
Su «causa» -todas las primeras damas han tenido una-, serían «los más necesitados, sobre todo las mujeres y los niños», pero reservaría tiempo para dedicarse al único hijo del matrimonio, Barron, de diez años, y a apoyar a su esposo.
Para muchos es una paradoja que Trump, un candidato que ha escandalizado fuera y dentro del país con su retórica xenófoba y ultranacionalista, pueda llevar a la Casa Blanca a la única primera dama nacida fuera de EE.UU. desde la esposa del expresidente John Quincy Adams (1825-1829), que era británica.
Melania Knauss creció en un modesto apartamento de un pueblo cercano a Sevnica (Eslovenia), que entonces formaba parte de la República Federativa Socialista de Yugoslavia (RFSY), disuelta en 1992 con la Guerra de los Balcanes.
Tras comenzar su carrera de modelo en Milán y París, se mudó a Nueva York en 1996. Cinco años más tarde obtuvo la residencia permanente y en 2006 se naturalizó estadounidense.
Ese es un momento de su vida que recordó, entre una gran ovación, en su discurso de la Convención Republicana de Cleveland. No se extendió sobre sus orígenes como inmigrante, pero sí recalcó los valores de esfuerzo y honestidad que le inculcaron sus padres.
En otras ocasiones, cuando se le ha preguntado qué opina de los comentarios de su marido sobre los inmigrantes, ha subrayado siempre la diferencia con quienes llegan a Estados Unidos de manera irregular: ella siguió «las reglas», respetó «la ley».
Melania es extremadamente cuidadosa a la hora de hablar sobre su vida matrimonial con Trump, a quien conoció en una fiesta de la Semana de la Moda de Nueva York en 1998.
«Los dos somos muy independientes. Yo le dejo ser quién es y él me deja ser quien soy. No intento cambiarlo, es un adulto. Él conoce las consecuencias. Yo le doy mi opinión muchas, muchas veces», explicó en febrero en una entrevista con CNN, en la que confesó que no le gusta el tono duro que usa Trump.
El magnate se deshace en halagos hacia su esposa, a la que describe como una «madre impresionante, una mujer increíble».
Cuando un grupo afín al senador Ted Cruz usó en un anuncio de campaña una foto de un posado desnudo de Melania en el año 2000 para la revista GQ, Trump salió en tromba contra su entonces rival de primarias y retuiteó un mensaje de un seguidor que comparaba una fotografía poco favorecedora de Heidi Cruz, con otra más agradecida de su esposa.
Melania no sería la primera exmodelo en la Casa Blanca, porque Pat Nixon y Betty Ford también lo fueron, pero sí la primera en haber posado desnuda y la única tercera esposa de un presidente. Como a ella le gusta decir, nada es convencional cuando se trata de Donald Trump.
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