Expertos en higiene recomiendan lavar las toallas de baño, idealmente, después de tres a cuatro usos. Si bien esto puede variar según factores como el clima o la frecuencia de uso, respetar este intervalo es clave para evitar la acumulación de bacterias. Las toallas de mano, por otro lado, deberían lavarse con mayor frecuencia, dado que se utilizan varias veces al día y suelen entrar en contacto con manos que no siempre están completamente limpias.
Otro factor a considerar es cómo se secan las toallas después de cada uso. Para mantenerlas frescas durante más tiempo, es importante colgarlas extendidas para que puedan airearse y secarse por completo, lo que reduce la proliferación de bacterias. Si permanecen húmedas, no solo se acumula suciedad, sino que también se desarrollan olores desagradables.
Además, en hogares con múltiples miembros o en situaciones donde hay más tráfico de personas, como gimnasios u hoteles, la frecuencia de lavado debe ser mayor para evitar el riesgo de transmisión de bacterias. En estos contextos, las toallas suelen reemplazarse y lavarse tras cada uso para garantizar la máxima higiene.
El lavado adecuado de las toallas implica el uso de agua caliente y un detergente eficaz para eliminar posibles patógenos. También es recomendable evitar el exceso de suavizantes, ya que estos productos pueden reducir la absorbencia de las fibras y facilitar la acumulación de residuos que atrapan bacterias.
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