Y qué voy a poder decir yo. Hace unos días se atacó, desde el Gobierno, de frente, sin piedad y con todavía menos razón, a la universidad privada. Se atacó con más visceralidad que sentido común y sin pensar que quizá se estaba metiendo la pata. Hay algunos y algunas que tienden a atacar con más facilidad y rapidez que lo que tardan en pensar si lo deben hacer o qué consecuencias puede tener.
En este caso tampoco son tantas. Una vez más un alto cargo público del Gobierno -y especialmente carga pública- haciendo el ridículo sin ningún tipo de pudor y con total impunidad sabiendo que importa más decir sin pensar que pensar lo que se dice. Pero como ya nos da igual que nos tomen enserio porque somos una especie de comparsa que no descansa ni en temporada baja, lo mismo nos da.
La tipa en cuestión empezó a vomitar su odio contra la universidad privada demonizándola como si fuera la causante del fracaso escolar, del fracaso universitario y, quién sabe, si del fracaso social. Y yo entiendo estos ataques, aunque no los comparta, porque hay una parte del sector cuya gasolina es el odio, la envidia y, me lo imagino, alguna especie de complejo, para no meterme en berenjenales médicos.
Yo he estudiado en una universidad privada, lo reconozco, porque fui tan mal estudiante que cuando llegó el momento de ponerme a pensar en universidades y carreras, mi nota estaba muy lejos de la que exigían para entrar en un centro público. Mi elección estuvo basada únicamente en eso, en ningún caso por ninguna comparación.
Al acabar, tampoco me he llegado a comparar a nadie ni me he visto mejor que otro por estudiar donde lo hice, aunque no tengo ninguna queja del trato, la atención y el seguimiento que hicieron casi todos mis profesores. Es más, creo que ni siquiera intentaron politizarme, sino más bien, enseñarme algunas cosas que todavía a día de hoy uso, como el código deontológico que me impide mentirte por aquí -al menos a conciencia- o tomarme muy seriamente y con rigurosidad mi trabajo.
No te diré si es mejor la universidad pública o la privada porque seguro que no hay una respuesta categórica y tampoco considero que sea yo el que la tenga que dar. Pero de lo que no me cabe duda es que España debería invertir más en Educación y menos en intervenir la Educación. Enseñar más a pensar y enseñar menos a que pensemos según qué.
Ojalá el debate se centrase en la necesidad de firmar un pacto educativo que se mantuviese lejos de las zarpas de los buitres que ven en la Educación un arma política en lugar de una herramienta social. Quizás nos ahorraríamos algunos ridículos.
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