La hora del erizo

La mili

TW

«¡Rearmar Europa!» es la consigna salida de las profundidades de Bruselas. Todos los aspectos de ese rearme son discutibles. Dos de ellos llaman la atención: uno es que pretendamos construir un ejército sin contar con una unión política a la que debería obedecer y rendir cuentas ese ejército. Otro es que no sepamos muy bien quién es el enemigo. Vemos como EEUU, protagonista en la sombra del conflicto de Ucrania, tiende la mano a una Rusia a la que Europa, o parte de ella, ha querido acercarse desde hace décadas. Pero dejemos para mentes más preclaras la resolución de esos enigmas para centrarnos en un detalle más prosaico, pero no carente de interés: los soldados. Es cierto que las guerras las ganan los diplomáticos, pero los protagonistas de las victorias o derrotas preludio de la paz son los soldados: las botas sobre el terreno. ¿Con cuántos pares de botas puede Europa contar para ese rearme?

Los efectivos europeos suman unos 900.000 soldados, un 70% de los de EEUU. En España hay unos efectivos de 117.000 militares, 2,4 soldados por cada mil habitantes. Solo Alemania, Suecia y Bélgica presentan porcentajes inferiores al nuestro. Se dice que España necesitaría 60.000 soldados más para llegar a la media europea. No parece mucho, porque supone un 1,4 por ciento de la población de hombres y mujeres de edades comprendidas entre los 15 y los 24 años. Pero hay otro detalle: casi todas las fuerzas armadas (las de EEUU incluidas) pierden efectivos cada año. Ante esa perspectiva, quizá haya que acudir a la solución ya adoptada por algunos: restablecer el servicio militar obligatorio. La mili. La propuesta (si llega a anunciarse) suscitará un enorme debate, dominado por ideologías y tópicos, porque los últimos que hicimos la mili somos hoy viejos. Valgan los recuerdos de un soldado raso para aportar siquiera un átomo de experiencia.

Para mí, la gran enseñanza de la mili fue el aprender a convivir las veinticuatro horas del día con personas que venían de todas partes, de todos los ambientes, con hábitos y preocupaciones distintos de los míos: una experiencia básica para todo español, acostumbrados como estamos    a vivir en un país hecho de pueblos muy diversos    que viven de espaldas unos a otros. El saber combinar la falta de un espacio propio con momentos de intensa soledad, el aprender a confortar a otro y a ser confortado; a calibrar personas venidas como de otro planeta para descubrir entre ellas los que fueron amigos durante años. El experimentar la solidaridad que nace en un desfile, cuando lo que cuenta no es el desempeño de cada cual sino el resultado de todo el grupo; el aprender a obedecer sin discutir, una escuela para ir logrando que nuestros impulsos obedezcan a nuestra razón. Por último, el apreciar la importancia de pequeñas cosas que en la vida civil damos por descontadas. Todo eso es lo que flota en el ambiente, sin palabras, cuando los veteranos se encuentran y empiezan a recordar anécdotas de la mili.

Todo eso es lo que la mili puede dar a nuestros jóvenes, mezclado de aburrimiento, frustraciones y    contrariedades.    La mili es, además, una buena forma de  recordarles que los ciudadanos tienen obligaciones para con su país, y que una de ellas es defenderlo. No es la única forma. De acuerdo, pero está a nuestro alcance. Lo que los jóvenes perciben como una amenaza puede terminar siendo una gran oportunidad.