El tema de este artículo es preocupante e inquietante al tiempo que resulta complejo de abordar. En nuestro día a día estamos atrapados en una rutina frenética, un ir y venir que apenas nos deja tiempo para procesar la información que nos rodea. Escuchamos noticias fragmentadas, captamos retazos de conversaciones, pero rara vez profundizamos. Somos conscientes de que hay problemas en la sociedad, aunque solemos pensar que, en general, ninguno nos afecta directamente.
Nada más lejos de la realidad. Todos los problemas, en mayor o menor medida, terminan incidiendo en nuestras vidas.
Hasta bien entrada la década de los ochenta, la sexualidad era un tema tabú. En casa no se hablaba del asunto, y en el colegio apenas se impartía una escueta lección de anatomía y reproducción en la asignatura de Ciencias Naturales, como si eso bastara para entenderlo todo. Se nos enseñaba que el sexo tenía un único propósito: la procreación. Las relaciones íntimas se reservaban para parejas estables y cualquier otro enfoque podía considerarse, dependiendo del contexto, un pecado o un vicio.
La iniciación en las «artes sexuales» llegaba a través de las historias de amigos o amigas más «avanzados», con relatos que solían estar plagados de exageraciones, mitos y desinformación.
A lo largo de la historia, distintas culturas han abordado la sexualidad de formas muy diversas. No sé si la sociedad moderna ha evolucionado o involucionado en este aspecto. Supongo que todo depende de cómo conciba cada uno el tema y el lugar que le otorgue en su escala de valores.
Lo que es innegable es que hemos asistido a un cambio radical en la forma de entender el sexo. Nuestra sociedad ha abierto la puerta a relaciones sexuales que poco tienen que ver con las del pasado. Los anticonceptivos femeninos han sido, sin duda, un pilar fundamental para la libertad sexual. Hoy en día, sexo y procreación están completamente desligados, al igual que sexo y afectividad.

El papel del porno en la educación sexual de los jóvenes
Los jóvenes comienzan su vida sexual a edades cada vez más tempranas, en muchos casos a partir de los 13 años. Personalmente, me parece un despropósito, pero lo más alarmante es la forma en la que se están iniciando: a través de la pornografía. Gracias a la tecnología tienen acceso ilimitado a ese contenido desde cualquier dispositivo electrónico.
Nos engañamos creyendo que nuestros hijos están a salvo porque los vemos en casa, tranquilos, mirando la pantalla del teléfono, la tablet o el ordenador. Pero al igual que la bruja de Blancanieves con su manzana envenenada acecha y encuentra en el bosque a la joven, es la pornografía quien los acecha y los encuentra con rapidez y facilidad a ellos/as.
Las cifras son preocupantes. Según un estudio de la Universidad de las Islas Baleares, en 2019 el 70% de los adolescentes españoles estuvo expuesto a contenido pornográfico antes de los 13 años. A partir de los 13-14 años, el consumo se vuelve más frecuente.
La Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) reveló que en 2020 el 80% de los jóvenes de entre 16 y 17 años había consumido pornografía en el último año. Además, el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud descubrió que en 2018 el 85% de los chicos de 16 años había visto pornografía, frente al 50% de las chicas de la misma edad.
Consecuencias preocupantes
El problema no es solo el acceso a la pornografía, sino cómo está moldeando la visión de la sexualidad en los jóvenes. Muchos construyen su deseo desde el porno, lo que refuerza la desconexión entre lo afectivo y lo sexual. Además, asocian el sexo con la violencia, el maltrato y el dolor.
También existe una correlación entre el consumo de pornografía y la adopción de prácticas sexuales de riesgo, muchas veces sin la protección adecuada. El aumento exponencial de infecciones de transmisión sexual (ITS) entre los jóvenes tiene en alerta a los médicos. Enfermedades como el cáncer de boca, garganta, pene y ano han registrado un incremento preocupante en los últimos años a causa de las prácticas sexuales aprendidas, en su mayoría, en la visualización de porno.
Por otro lado, algunos estudios han señalado que el consumo excesivo de pornografía está vinculado a problemas como ansiedad, depresión y adicción en los adolescentes. Su impacto en el cerebro es comparable al de sustancias altamente adictivas como la cocaína, y se ha observado que altera la empatía y la compasión.
Una responsabilidad de todos
Es fundamental que la sociedad tome conciencia de este fenómeno y trabaje en conjunto para ofrecer a los jóvenes las herramientas que les permitan navegar en un mundo digitalizado de manera segura y responsable.
Le animo a ver la serie documental «Generación Porno», disponible en varias plataformas. Personalmente, solo fui capaz de resistir los primeros 20 minutos del primer capítulo.