Intentar tumbarse al sol en cualquier playa mallorquina en verano es una hazaña. Como ocurre en las zonas más machacadas de la costa mediterránea española, habrá que empezar a bajar a la arena a las ocho de la mañana para coger sitio. Y no es lo peor. El infierno es que, una vez conquistado tu pequeño medio metro cuadrado para solearte, lo único que consigues ver en el horizonte es un tupido bosque de barcos pastando -y contaminando- a pocos metros de la orilla. ¿Y el relajante sonido de las olas? Olvídate, lo que escucharás será el insoportable runrún de las motos acuáticas, los gritos de quienes juegan a pala a unos centímetros de distancia y quizá la conversación nada discreta de las miles de personas que te rodean.
Masificación
08/03/25 4:00
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