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Hará casi un año [«Es Diari» 20/III/2024] Javier Cánaves acertó al decir: «Escribir es esa medicina que nos prescribimos sin receta para curarnos de una adicción llamada escribir…» A propósito del cultivo de la columna, y primeramente la lectura, el finado Vicente Leirachá habló en el ayer de la dificultad de ganarse la vida escribiendo solo columnas, salvo para la clase alta que las seguía cobrando bien, dijo, pues cesaron las de la clase media... «O se gana mucho, muy pocos, o se gana poco, los muchos. El único consuelo de quienes cobran poco es que hay una clase todavía menor: la que no cobra nada…» –matizó irónico el xornalista valdoviñés. Al principio cuesta, tanto escribirla como adaptarse a los caracteres definidos. Ya perfilada, surge el dilema que zanjó Borges: «se publica para dejar de corregir…».

Escribir es de zapadores, la obra no se abandona, sino que se entrega, como muy tarde, cuando se le ven las orejas al lobo… Sin obviar deslices, que toleran el autor y el lector al ver los derrames que las prisas provocan en una idea mejorable. La ventaja de las columnas es que no son únicas: están para su alivio las de los demás, que las templan. Del columnismo, respetando matices, se podría decir lo que del río Citarum: que por sus aguas corren las toxinas y sus antídotos, por lo que acaso se podría nadar en él sin sofocos... Que esas transgresiones con estilo propio no dejen de tener su encanto es opinable, que dirían los prelados.