Directo al grano: Me gusta Europa. Mucho. Es mi continente y lo amo. Veamos: Recuerdo un viaje en barco con mi hijo por el Báltico. Sucedió antes de la covid, de la epidemia sanchista y de que Putin y Trump acordaran gorronear a Ucrania. En aquel tiempo la OTAN estaba en calma porque ya no existía el Pacto de Varsovia aunque los Países Bálticos seguían con la mosca detrás de la oreja. Era cuando parecía que Fukuyana tenía razón.
Continuemos. Todavía hoy me emociona el recuerdo de la entrada a la rada de Estocolmo aquella madrugada clara y diáfana de cuando casi era verano. La conservo como una emoción intemporal en mi vida. Una luz espléndida, más propia del Mediterráneo que del norte de Europa, iluminaba el barco de MSC mientras se iba adentrando en un silencio casi sepulcral hacia el fondo de la ría de la capital sueca. El mar era una bassa d’oli. Parecía el puerto de Mahón. El espectáculo era grandioso. Entonces me acordé de nuestros magatzems de vorera (ahora aniquilados por unos burócratas sin corazón) y de las casas de la orilla norte del puerto mahonés en las que pasé los veranos de mi infancia y primera adolescencia. Allí, en aquella ría sueca, en la tierra de ABBA, se levantan también una infinidad de viviendas de toda condición, muchas de las cuales usufructúan a su vez, y de forma egoísta, una islita en solitario. La ría está jalonada de multitud de esos feudos privados de diversas superficies que me imaginé serían el escenario perfecto para las historias de asesinatos de las novelas de Henning Mankell de cuyas obras completas sigo siendo un celoso guardián. Pero dejemos de momento el crimen. ¡Ah! Aquella mañana también pensé en lo feliz que hubiese sido Richard Branson tomándose su 5 o’clock tea en su Casa Venecia de Mahón. Pero, al igual que sucedió con Chillida y otros, el romance que tuvo con nuestra isla, ya de mayor, fue tan breve como los de Julio Iglesias en sus mejores tiempos. Y tampoco fue posible porque… ¿qué parte del no es no, no entienden? Pues, eso es Menorca: el no a todo.

Sigamos: Mis vínculos emotivos con Suecia nunca fueron demasiado extensos. Solo almaceno el recuerdo de unas chicas suecas que conocí en las cercanías de plaza Gomila de Palma en sus años buenos cuando existía El Chotis, Don Gomilo, el Sargento Peppers, el Mam’s, etc. También hubo otras chicas suecas que aumentaron mi admiración por su país. Fue un surtido de ellas que trabajó un tiempo en Cas Pintor (Es Castell), creo que a finales de los pecaminosos años sesenta. Aquellas mujeres añadieron a touch of class al final del franquismo a esta parte de la Isla.
Recuerdo que una de ellas se casó con un disc-jockey mahonés que fue a vivir unos años a Estocolmo. Después, claro, nos llegaron las ABBA, una rubia como el oro y la otra morena como si casi fuera de Triana. ¡Qué poco se imaginaban que, con los años, su éxito «Waterloo» traería tantos problemas a la política española! Pasados otros años más, justo antes de lo de Olof Palmer, mis vínculos con Suecia se redujeron a un largo viaje en autostop por sus carreteras en medio de interminables bosques que incluyeron días enturbiados por malos pensamientos. Y así despedí mi primera juventud.
Después, cuando uno ya trabajaba a tope, conocí en la Feria de París la empresa Ab Rubinette, unos grandes almacenes nórdicos que (en palabras de Richard Gere en «Pretty Woman») me compraron «una indecente cantidad de piezas» de ‘toledín’. La excusa era que querían celebrar una Semana de España en Escandinavia y necesitaban género genuinamente español. Yo, claro, nunca les dije que el ‘toledín’ no era puramente español sino que más bien era menorquín de soca porque se creó en el Mahón con h de toda la vida, ya que lo había ‘inventado’ mi abuelo José Félix Orfila como referencia al damasquinado toledano (así consta en varios libros y documentos). Sí, aquellos almacenes compraron un ‘toledín’ que ya nadie fabricaba en aquel tiempo, solo yo, el último mohicano de la cosa.
Tampoco puedo olvidar que unos años más tarde, y ya para completar mis stocks de recuerdos suecos, me interesaron también los muebles de Ikea, muy conseguidos para amueblar apartamentos socialdemócratas. Finalmente, y ya en las últimas décadas, me ha atraído la literatura de ‘la Suecia negra’, por ejemplo, la serie sobre Lisbeth Salander y sus bidones de gasolina, de Stieg Larsson. En la actualidad Suecia ya casi forma parte del continente negro. Pura evidencia. Y de cada día se va pareciendo más al boxeador vizcaíno Urtasun que durante un calentamiento previo a un combate se noqueó a sí mismo por excederse en un golpe en la barbilla.
¿Y para qué les cuento todo esto que supongo no interesa a casi nadie? Pues para centrar el tema en una Europa maravillosa que ahora se verá forzada a despertarse de un letargo histórico que la ha hecho depender de dos males: no disponer de suficientes argumentos defensivos propios y, otro sí, caer en las garras de la política verde por fuera y roja por dentro que nos ha dejado dependientes de energías ajenas y prácticamente ha desmantelado buena parte de la industria de nuestro continente para hacernos esclavos de la triste manufactura asiática. Preguntas: ¿Está efectivamente Europa noqueada por golpearse a sí misma de forma excesiva y constante? ¿Logrará sobreponerse a las sombras de Grey que la sodomizan? Me gustará proponer repuestas en próximas semanas.
Notas:
1- La profe: «A ver niños ¿por qué hay gente que tiene que recurrir a una autocaravana para vivir a resguardo? Señorita, señorita… yo sé la respuesta. Dila Pepito: Elemental seño: por no haber viviendas disponibles o porque las que pueda haber son demasiado caras para los sueldos medios. ¡Muy bien Pepito, eres muy listo! Pues sí, eso es lo que cabrea a la gente: que se encarguen estudios chorras para saber cosas obvias. Nuevo mandamiento: «No tirarás el dinero del contribuyente».