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Bueno, no se quejarán. Nunca nos lo habían puesto tan fácil. ¿Quién dijo que esto de la política era una cosa complicada? ¿Quién se atrevió a clasificarla entre las ciencias y las artes? ¿Por qué tantas mentes privilegiadas han malgastado su tiempo y sus esfuerzos en una simpleza tan elemental?
Está claro que el manual de instrucciones para el acceso y disfrute de la cosa pública se ha podido simplificar muchísimo gracias a la rapidez de los tiempos y al elevado nivel de instrucción del que goza nuestra ciudadanía. De hecho, todo este runrún de la geopolítica y el orden mundial se explica en un santiamén: hay unos malos, algunos dentro de las propias democracias, que pretenden acabar con la democracia. Lo único que hay que hacer es detectarlos a tiempo y expulsarlos del juego político. Ya está, así de sencillo.

Si la cosa le parece a usted un pelín más complicada de lo que evidencia esta explicación, es porque tiene usted un problema. Se lo haga mirar. Porque ahí está todo: el alfa y el omega de la política actual, desde la jornada de treintaisiete coma cinco horas a la deportación de los gazatíes, de las nevadas estepas ucranianas a la cocina de La Moncloa, del Presidium chino a los Fondos Next Generation.

Ya lo cantaba el Rey David en el Salmo (ni más ni menos que) trece: «¿Hasta cuándo mi enemigo se elevará sobre mí? Da luz a mis ojos para que no me duerma en la muerte, por temor a que mi enemigo pueda decir: ¡Quedé vencedor!». No le dé más vueltas: escoja un bando rápidamente y al lío. Verá lo fácil que resulta, todo lo que hagan los malos será, lógicamente, malísimo; y todo lo que se haga contra ellos resultará acertado y adecuado, aunque suponga renunciar a principios democráticos básicos. Olvide toda posible empatía, no trate nunca de entender al otro, no se pare a tratar de comprender los motivos del lobo, al contrario, aceche posibles lobos en su entorno más inmediato y en cuanto uno asome la oreja, ¡Zas!, y duro con él.

Ah, claro, falta un pequeño detalle. Es lo que tiene esto de la información rápida y directa, el tema de los pequeños detalles queda a veces suelto. ¿Que quién es el enemigo, que quién conspira contra la democracia? Bueno, también esto tiene fácil solución. Puede usted tirar una moneda al aire o tirar de pasiones personales. Si aún no le queda claro, siempre puede recurrir a preguntarse qué le indigna más: que se anulen los resultados de las elecciones rumanas porque los rusos pusieron cien mil euros en campaña (¡qué barato el precio de la democracia!) o que Maduro conserve el poder alegando que a él le salen así las cuentas. Usted mismo.

Una vez que esté usted decidido, no necesita nada más. Verá qué fácil le resulta la interpretación de cualquier suceso, sea mundial o local. Acumule los pecados de avaricia, ambición y perversidad en uno de los lados y todas las virtudes teologales en el otro y, venga, a por ellos, que son pocos y cobardes. No hace falta más.

De verdad, faltar, falta lo que falta: un poco de cabeza. Algún crítico interpretaba el hermoso relato de «Moby Dick» como el combate contra el mal desde otro mal, el del odio, y se permitía, con ello, sacar las lógicas consecuencias de un final tan desastroso como previsible.