Entró en el organismo (una democracia) de manera legal, pero no por elección. Vendió a los pacientes que su intención era la de sanarlos. Pero, como dictaminó con acierto la fábula de la rana y el escorpión, nadie puede escapar a su naturaleza y a los comportamientos que ésta implica. A la postre era un bicho letal. Y su misión la de ir carcomiendo, por puro interés personal, lentamente, aquel cuerpo que había sido, durante casi cinco décadas, objeto de deseo… El proceso sería lento. Y, por lento, imperceptible. Contaba, para ello, con un sistema educativo poco proclive a que los estudiantes –y futuros ciudadanos– pensaran por sí mismos. Evidentemente estás hablando de un país inexistente. Poseía, igualmente, a multitud de fieles súbditos que, por cobardía, intereses o mera sumisión, no alzarían un dedo contra él. La criatura aparcó la moral y los principios éticos a sabiendas de que eran una rémora para su ambición y para su maquiavelismo fuertemente interiorizado.
Y siguió socavando la salud del enfermo. Retorció las leyes con subterfugios y decretos en los que todo anidaba; amnistió no a los pobres que probablemente habrían delinquido por necesidad, obreros muchos de ellos, sino a sus selectos pilares sobre los que sustentaba su pervivencia; antepuso un «su» ante un fiscal que dejó de ser general; hizo suyos los medios de comunicación estatales y otros; procuró un Constitucional dócil y obediente; anuló la Acusación Popular y finalmente se percató, frotándose las manos, de que tan solo le quedaban algunos órganos sanos por carcomer: determinados tribunales y jueces honrados y unos medios de comunicación heroicos por su honestidad… Evidentemente, estás hablando de otro país. Of course! Un país mudado en una dictadura peligrosa en tanto en cuanto sus víctimas desconocen, por sibilina, que viven ya en ella.
El escorpión había inyectado su aguja en el torrente sanguíneo de la rana… La rana no es sino cada uno de los que no poseen el coraje de decirle al trepador que se acabó la fiesta y que jamás lo portarán ya sobre sus espaldas para cruzar el río que conduce a la orilla del caos y de lo difícilmente reparable…
Mientras, ¿a qué se acogerá un ciudadano de esa nación cuando sea víctima de la omnipotencia y arbitrariedad de un Estado totalitario? ¿A la Fiscalía General? ¿A la Acusación Popular? ¿Al Constitucional? ¿A unas futuras elecciones que espera limpias? ¿A qué?
Se está haciendo muy tarde…
¿No habrá algunos diputados que piensen más en el futuro de sus nietos que en su placentero presente?
Por si alguien desconoce la fábula, le dirás que su trama es muy sencilla. Un escorpión le solicita a una rana que le ayude a cruzar un río, a lo que ésta se niega temiendo que, durante el trayecto, el escorpión le inocule su veneno. El escorpión la tranquiliza con un argumento sólido: «No puedo acabar contigo porque, de hacerlo, nos ahogaríamos los dos» La rana acepta y, en mitad del camino, recibe el aguijonazo del artrópodo. «Lo siento, pero uno no puede dejar de comportarse como lo que es» –le confiesa el escorpión, finalmente, a la asombrada rana–.
Ahora solo falta sustituir el nombre de los animalejos por el de algún ministro, de algún partido y, sobre todo, el de un presidente que se ha apropiado de un país… Aunque la mentada sustitución es fácil... ¿No le parece?