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«Cuando el poder del amor sobrepase el amor al poder, el mundo conocerá la paz», Jimi Hendrix

Te encuentras, en una mañana eternamente repetida, a un vecino. Te comenta que te lee. Y que repites en exceso el verbo «pulular» e «iterar»... ¡Joder! ¡Qué    magnífico lector! Juan Carlos ya te lo advirtió… Y sus advertencias –la de tu vecino y la de ese Más Allá de Juan Carlos– te asustan, no por ser meros elementos lingüísticos, sino por la responsabilidad que implica escribir un artículo. Cuando usted me lea (y paso de un «tú» a un «yo») no me haga mucho caso…

Desde hace ya 53 años colaboro en este diario que usted sostiene ahora en sus manos, en un bar, aguardando un café de la mano de un camarero probablemente mal pagado. Y cuando redacto esto, desde hace 53 años, siempre me pregunto qué puñetas puedo hacer para ayudarle a través de unas líneas escritas por, el ahora, un jubilado con problemas de salud…

Y me dirijo a usted, sí…

2 ¿En qué puedo ayudarle?

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Quizás diciéndole que nunca es tarde para reconciliarse con alguien. Que el orgullo mata y en demasía. Que usted puede mudarse en un héroe, aunque no lleve un hortera disfraz de araña. Que, en ocasiones, marcar nueve dígitos implica tocar el cielo y hacerlo posible…

Usted, sí, que, temerario, me lee, saboree ese café... Tenga la plena conciencia de que    es capaz de cambiar el Mundo... No sé si es de izquierdas o de derechas. Y me importa un kínder. Nunca debería de haber habido dos bandos... Solo un terreno igualitario en el que el amor anidase...

No sé…

No sé si este artículo le habrá ayudado. Tal vez esperaba una porción de odio. O de sectarismo. O de… Aunque anhelo haberle transmitido –a lo largo de esos años– algunas evidencias mías en extinción... Que tenemos que entendernos de una puta vez.    Que el 2025 no puede ser el 1936. Que un partido no es un hombre. Que ya toca abrazarnos, sin mirar el color de la camiseta de a quien se abraza. Que no es ético que inmigrantes sean esposados y recluidos en un infierno por un psicópata con tupé. Que un penalti no ha de arruinar su día. Que no puede vencer siempre el canalla. Que ha –o debiera– de ganar quien es solidario. Que convenza quien no mienta. Que dar un beso en la mejilla de una mujer a la que amaste no requiera    acta notarial... Que... La lista sería interminable…

A usted –si ha llegado hasta aquí– va dirigido mi artículo. El que lee    tras luchas mañaneras por agenciarse con ese ejemplar de «Es Diari», ese al que a lo mejor critica,    pero sin el cual ese café suyo sería otro... Quan acabi, me’l deixarà? No sé en qué situación se encontrará. Pero, cuando salga de ese    bar, entienda que la Paz, probablemente, empiece en usted... Y en su barrio... Puede que solo sea un impensable e inesperado abrazo... Puede que, a la postre, en definitiva, únicamente todo se reduzca a amar...   

Y sí, le pido perdón por no haberle dicho lo que esperaba. Por no haber sabido ayudarle desde el infinito privilegio de acceder a usted a través de un artículo. Hice lo que pude... Y acabo: le deseo lo mejor. E «itero» -¡perdóname Juan Carlos!- que usted, hoy, puede cambiar su vida y, sumando, el mundo... No es poca cosa esa...