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Que es difícil tener una casa. Lo sabe usted y su banco. Lo sabe usted y lo sabemos todos, aunque parece que nadie le pone remedio. Mientras, la clase política de este país está a otras, tirándose del moño con temas que menos nos importan, sobre todo a los que no tienen dónde irse. Y esos son especialmente los jóvenes. Este periódico que usted sostiene, rezaba que se emancipan la mitad que hace veinte años y eso que hace dos décadas solo lo conseguía el treinta y cuatro por ciento. Hoy, solo dieciocho de cada cien se van de casa de papá y mamá. A saber, o son millonarios, ahorradores que lo flipas o unos tipos con una champa inimaginable. Porque liarse con el banco para pillar un piso o firmar un alquiler es una operación de alto riesgo que cuesta un ojo de la cara. Pero oiga, a discutir de chorradas, que eso distrae al vulgo. Mire, lo peor no es tener treinta tacos y vivir con tus papis, lo chungo es la falta de confianza en el futuro, el desánimo, la impotencia. Saben muchos jóvenes humildes y trabajadores que, con sus sueldos y el coste de las cosas, tardaran años en ahorrar el dinero con el que podrían pagar la primera cuota de una hipoteca de treinta años. Es la primera generación que vivirá peor que sus padres, esos mismos que hoy le dan un techo donde vivir. Tendrán que esperar que se mueran sus viejos para tener su casa.