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Me desplacé a Menorca el viernes con el fin de asistir al previsto homenaje de la Fundació Escola Catòlica a las Hijas de la Caridad por su labor educativa en Maó a lo largo de 150 años. El acto hubo de suspenderse por el empeoramiento de la salud de Sor Josefina Pérez, que acabó falleciendo ese mismo fin de semana, dejándonos desolados. En un mundo progresivamente laicizado y movido por intereses materiales, el ejemplo de Sor Josefina -más de 60 años en el colegio Sant Josep- constituye un acicate y un hito para todos aquellos que dedican su vida al servicio de los demás.

Organizada por la Fundació Rubió y presentada por Joan Huguet, tuvo lugar en una rebosante sala de audiencias del claustre del Carme mahonés la brillante conferencia de Cayetana Álvarez de Toledo, una de las voces más claras del panorama político español, aunque, incluso desde su propio partido, los hay que la consideran excesivamente polémica. En la derecha abunda, por desgracia, un cierto fatalismo ante las terribles consecuencias que para las libertades está teniendo el régimen sanchista.

Son pocos los dirigentes que acostumbran a decir lo que realmente piensan, por miedo a ser calificados por los ‘integrados’ -que diría Umberto Eco- de apocalípticos, cuando no, directamente, de fachas.

Cayetana se define como un salmón, es decir, como quien opta por remontar el río a contracorriente porque elige el conflicto frente a la sumisión ovejuna y el conformismo. Es una auténtica bendición democrática que existan los salmones y que no se achanten, por más consignas que los liberticidas logren esparcir entre la población. El problema es que, en política, abundan los besugos mucho más que los salmones.

La recuperación de los valores de la Transición debería ser hoy, para cualquier formación política democrática, una prioridad. Incluso los escasos rescoldos del PSOE no sanchista debieran sumarse a ese afán tan sensato de poner, por delante del guerracivilismo imperante, el valor supremo de la concordia civil del que surgió la Constitución.

Para terminar, nuestros amigos nos organizaron el domingo una visita a la Illa del Rei, para poder admirar los enormes avances logrados por los voluntarios de la Fundación que preside el general Luis Alejandre Sintes en la recuperación de esta espléndida obra. Para un mallorquín, constituye motivo de sana envidia la fortaleza que la sociedad civil de Menorca -infinitamente mejor vertebrada que la de las demás islas del archipiélago- demuestra siempre, frente a la proverbial incapacidad de las administraciones para resolver y gestionar los asuntos con la debida diligencia. Sospecho que la dominación británica no es ajena a esta nota tan acentuada del carácter menorquín.

Obviamente, la Fundación cuenta con un liderazgo extraordinario, que salta a la vista con solo ver lo organizado que está absolutamente todo allí. Lo de manu militari adquiere, entre los muros del antiguo hospital naval, un sentido positivo, bien distinto al habitual.

Y contar con un guía ameno y profundamente conocedor como José María Cardona Natta resulta, además, un lujazo.

Solo me atrevo a pedir a las administraciones una cosa: Ayuden, pero dejen que quienes saben lo que hacen sigan llevando las riendas de esta maravillosa empresa civil.