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Trece países europeos, entre ellos España, Alemania y Francia, están llamando a las puertas del Banco Europeo de Inversiones para que les preste dinero para comprar armas y llegar a destinar un mínimo del 2 por ciento del PIB a la adquisición de armamento. Lo exige Trump, que incluso considera muy poca esta inversión. Nos han convencido de que «si quieres la paz, prepárate para la guerra» (Publio Flavio Vegecio, 390 dC). El negocio de las armas ya es uno de los más boyantes, las empresas europeas de fabricación de armamento han revalorizado sus acciones un 400 por cien en dos años. El riesgo ya no es el botón rojo de la guerra nuclear, que estropearía las buenas perspectivas económicas, sino la producción y venta de armas convencionales. La petición de Ucrania de más armas para luchar contra el dictador Putin ha convencido a Europa de que hay que destinar más dinero a la carrera armamentística. Lo más interesante para el negocio son la guerras locales con implicación internacional, como las de Ucrania o Gaza. Por eso la pobre paz que van a pactar Trump, Putin y Zelensky será una invitación a trasladar el conflicto a otros territorios. Al zar de Rusia le saldrá barato invadir un país.

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Ante esta situación, ¿dónde se esconde el pacifismo? En la memoria están las enormes protestas contra la guerra de Vietnam (el 30 de abril se cumplen 50 años de la salida de Saigón) y cómo influyeron en la opinión pública. Mucho más recientes son las respuestas pacifistas a la guerra de Irak, con las masivas manifestaciones en muchas ciudades. Hoy, el pacifismo parece desaparecido en combate. La expresión contra la guerra de Ucrania es mínima y se impone el discurso del armamentismo para la defensa de la paz. Incluso las protestas por Gaza están afectadas por otros motivos (lo que representan Israel y Palestina) y no por la reivindicación de la paz. Casi nadie se opone a que nos armemos hasta los dientes.