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Todas las palabras se desgastan con el uso excesivo y por el oportunismo y el término «sostenible» ahora mismo da vomitera y lo mismo sirve para un roto que para un descosido, sin significado alguno, pura demagogia. El único turismo sostenible en este momento en Balears es el turismo que no viene. Punto. Todo lo demás es bazofia y palabrería para convencer ¿a quién? Dice la presidenta Marga Prohens que va a desembolsar una cantidad ingente de dinero para el «turismo sostenible». No he querido leer el resto de la noticia porque, lo dicho, provoca arcadas de asco. Imagino que parte de ese dinero se destinará, por ejemplo, a esa especie de policía del mar que se han inventado para poner cierto coto –me temo que doce embarcaciones son como doce gotas de agua en el océano– a los desmanes de los yates, lanchas, motos náuticas y demás mierda ya masiva en nuestras costas. El coto hay que ponerlo vía legislación.

Ultra restrictiva. Y punto. El mar debería ser sagrado, intocable. El negocio que producen todos esos barquitos que eligen Balears que se lo lleven a otro lado. No lo necesitamos. Bien al contrario, sobran empresas, sobran empleados, sobra gente y, desde luego, sobra ruido, contaminación, masificación y destrozos. En el mar y en la tierra. Hasta que las autoridades que nos gobiernan no asimilen esa realidad no habrá ni dinero ni «sostenibilidad» suficiente para salvar las Islas. Están casi perdidas sin remedio, pero quizá, si hubiera valentía política, podrían resucitar. Me temo que nunca la habrá. Porque los políticos únicamente se mueven por titulares, por encuestas de voto que les favorecen, por la ridícula cultura de la imagen pública. La idea de decrecer, para ellos, es el último tabú.