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A propósito de los fastos necrológicos sobre Franco, los corifeos y opinadores de cabecera de la izquierda vienen repitiendo como papagayos el mantra que desde Moncloa les han endosado para tratar de justificarse. La consigna a distribuir es «los jóvenes tienen derecho a saber quién fue Franco y lo que hizo». La obviedad esconde, empero, otros mensajes subliminales, propios de quienes pretenden lobotomizarnos para que asumamos como única verdad su reescritura de la historia de nuestro país a lo largo del siglo XX.

Pero aceptemos pulpo como animal de compañía y partamos de lo acertado de este planteamiento. Los jóvenes, efectivamente, tienen derecho a que les expliquen quién fue Franco, qué hizo y cómo lo hizo. En clase de Historia de España debería hacerse tal cosa.

Ahora bien, de la misma forma que hay que narrar los aspectos abominables de la dictadura franquista, sería bueno que, aprovechando el impulso, explicásemos lo abominable de todas las dictaduras, incluyendo las de izquierdas, en el siglo XX, y en el XXI también. Porque, inevitablemente, a todos estos apóstoles del resentimiento se les cierra la boca cuando se les mentan las tiranías comunistas, comenzando por la no tan extinta URSS y sus repúblicas satélites, y continuando con Cuba, Corea del Norte, China, Nicaragua, Venezuela y países menos mediáticos. Y es fácil entender la explicación a semejante incoherencia, porque la izquierda española promovió activamente durante buena parte del siglo pasado la transición al modelo soviético estalinista. Comenzando por el PCE de Dolores Ibárruri -algo lógico-, y continuando por el PSOE de Francisco Largo Caballero y Juan Negrín. De manera que no, por más que se empeñen en vendernos la moto, la diabólica disyuntiva de la sociedad española en 1936 no fue tener que escoger entre una democracia parlamentaria como las actuales y una cruel dictadura filofascista, sino entre esta última y el régimen revolucionario de corte comunista que alentaba la izquierda. Por desgracia, los demócratas, en ambos bandos, eran una ínfima minoría, sojuzgada por el signo de los tiempos. La imagen laudatoria de Stalin en la Puerta de Alcalá en octubre de 1937 -durante el gobierno del socialista canario Juan Negrín- habla por sí sola. Hoy sabemos que únicamente el régimen de terror de Stalin asesinó a más seres humanos que el nazismo.

Por tanto, poca broma en este juego perverso del dictador progre y el dictador malo.

La tensión social para la que trabaja el PSOE desde la época de Zapatero presenta notas de desquicio intelectual. Los socialistas menorquines boicotean el pregón de la Diada de Menorca a cargo de Joan Huguet acusándole, nada menos, que de ultraderechista y no sé cuántas burradas más.

A la hora de desbarrar, se emplean a fondo. Huguet, que va atesorando una edad provecta y está completamente retirado de la política activa, no merece tanta majadería y falta de sentido institucional. A quien fue vicepresident del Govern, president del Consell y del Parlament de les Illes Balears, así como Senador, se le debe respeto, aunque el PSOE prefiera que no le recuerden su papel en la represión republicana durante la Guerra Civil, cosa que Huguet hace con cierta frecuencia para que esa parte de la historia no sea olvidada.