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La presidenta del Govern, Marga Prohens, ha trasladado al papa Francisco la petición para reactivar la canonización del beato Ramon Lull.

En realidad, el proceso está cerrado. La causa que ha de llevar al doctor iluminado mallorquín a los altares permanece atrancada desde hace siglos. Las acusaciones del inquisidor general de Aragón Nicolau d’Eimeric (1316-1399) que calificó de heréticas las obras del escritor, misionero y filósofo han motivado este insidioso estancamiento. Eimeric era dominico y Llull, franciscano, dos órdenes enfrentadas.

En el siglo XVIII el cardenal mallorquín Antoni Despuig i Dameto pidió al Vaticano la reapertura del procedimiento para obtener la declaración de santidad a favor de Ramon Llull. La respuesta de la Santa Sede consistió en un breve pero contundente revideantur opera. O sea, hay que revisar sus obras.

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Después de un largo silencio, el obispo Teodor Úbeda nombró, en 1996, al sacerdote e investigador Gabriel Ramis postulador para revisar la documentación. Poco antes el medievalista Josep Perearnau había llegado a una conclusión sorprendente: Eimeric había falsificado los escritos del autor de «Ars Magna», el «Llibre de les bèsties» y «Amic e amat» para difundir unas críticas que responden más a la inquina y la envidia que a la verdad.   

Gabriel Ramis acreditó la validez y ortodoxia de las obras de Ramon Llull. En septiembre de 2015, en Washington, con motivo de la canonización de Juníper Serra, tuve la oportunidad de preguntar a Giovanni G. Califano, de la orden de los Franciscanos Menores, si estaba próxima la decisión papal para que el beato fuese proclamado santo.

Califano, postulador de los franciscanos ante la Congregación para las Causas de los Santos en la Santa Sede, se mostró tan discreto como prudente. «Hay interés», fue su escueta respuesta. Siete siglos después, sobre Ramon Llull siguen pesando las espurias acusaciones del inquisidor Nicolau d’Eimeric.