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En misivas anteriores, me refiero repetidamente a que en mi infancia pedía un hermanito, jamás me hicieron caso. No pedía lo clásico lo que piden los niños/as. Por el contrario me fueron dejando junto al zapato juguetes que agradecí, muñecos, cazuelas, ollas y cuanto podía desear para engrosar el menaje de la cocina de madera, también obsequio de aquellos tres Reyes, según me daban la sensación.

El 6 de enero de 1949 disfruté de mi encuentro frente a los zapatos de la familia, al descubrir un nene de cartón piedra, parecido a un bebé «de verdad», envuelto en una pieza de lana. Con su pelele a cuadritos rojos y blancos, en su pecherín un bordado a punto de cruz. Una blusita blanca, calzaba patucos, en fin algo precioso. Años más tarde me enteré que todo ello fue obra de mamá Teresa y su sobrina Antonia Ruzafa Valverde.

Pasó el tiempo y dejé de escribir pidiendo cosas inútiles. Giré la tortilla hacia los necesitados, no crean que me había vuelto una chica buena. No. Más sensible diría yo, ante un mundo que tan solo sabe mostrarnos riquezas y lujos innecesarios. Así es que en la noche del 5 al 6 de este enero viví un sueño que me hizo sentir feliz. Me levanté relajada, en medio de un mundo en cierta manera que observé con mis propios ojos, gentes muy humildes, imposibles de alcanzar el bienestar deseado para sus hijos y a su vez a la hora de comer, sentaban en su mesa a algún conocido, sin familia con los bolsillos vacíos.

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Melchor, depositó en mi zapato un sobre que entregué al señor mayor con el que coincido por las mañanas para que se compre en es Molí de Sant Lluís unas zapatillas de paño, algo que sus pies cansinos agradecerán.

Gaspar fue muy generoso con mi vecina de toda la vida, la que menja calent gracias a Càritas. Me dejó para ella una bolsa con el anagrama de ‘Meli’, llena de ovillos de colores, que tanto agradeció, besándome en repetidas ocasiones a modo de gracias, haciéndome saber que se confeccionaría una toquilla para cubrir su delicada espalda.

Y qué voy a contarles de Baltasar, siempre tan callado y a su vez sonriente, un bloc o talonario de billetes de viaje para que la abuela que hace tantos años que no ha visto a sus hijos los que trabajan en la recolección de naranjas en tierras del levante español, tengan la oportunidad de desplazarse a Mahón pasando unos días todos juntos. Ella vive en el porche de la ruidosa casa pared medianera con la del señor Gomila.