Cuando dos personas cometen la misma infracción el derecho civil las penaliza con idéntica condena, en cambio el derecho universal se pronuncia de un modo muy peculiar. Para Dios cuenta tanto la falta como la persona. Nunca coincide por consiguiente la misma penalización por ser diferentes las trayectorias de los infractores. No diré que la misma falta sea de un color para uno y distinto para otro, pero el tono varía muchísimo, tanto que no se acierta a distinguir en ocasiones si es el mismo color. Matar a una persona será por ejemplo siempre rojo, si bien el tono puede ser tan diferente como el color de la sangre de las víctimas por lo que en los respectivos tablones universales de los homicidas se restarán cantidades muy distintas a pesar de haber cometido idéntica maldad.
Se podría afirmar que si la constitución divina es el padre de la religión, la madre es la personalización.
Si Dios nos juzga se fundamentará a buen seguro en nuestra base educacional, en el entorno y sobre todo en los escollos mentales y emocionales, no solo en el Decálogo Universal, pues, la formación recibida por algunas personas es a veces un lío difícil de desliar, un enredo muy complicado, sin apenas salida, incidiendo en el comportamiento de tal manera que las mantiene a veces alejadas a perpetuidad del centro de gravedad universal, mientras en otras no hay líos que deshacer.
Se dan innumerables diferencias entre nosotros. Nos desparejan traumas, complejos, catástrofes, heridas, siniestros, etc. También nos distancia el carácter irritable, quisquilloso, tranquilo, timorato o vehemente que indistintamente poseemos. Las mentalidades que comporta vivir en épocas tan distintas como la Prehistoria, la Edad Media o la Actualidad pueden originar seres tan desiguales como lo son el blanco y el negro. El contraste en la cultura, el intelecto, las experiencias o el patrimonio entre unos y otros es también en tantas ocasiones descomunal.
La sociedad es asimismo tan determinante como la familia y en unas épocas más que en otras las costumbres y las normas sociales, distintas como son en cada una de ellas, conforman la psicología del individuo desigualmente. En unas, por ejemplo, lo maleducaba por conceder prebendas al más bello, al más fuerte y al más rico y en otras en cambio las otorgaba al más noble, al más solidario y al más íntegro. Considerará por consiguiente también Dios para dictar una sentencia justa, la época en la cual se ha desenvuelto.
Nuestros ciclos internos son asimismo disparejos por los que incluso la misma persona visiona, siente y aprecia los mismos actos de distinta manera. El onanismo, por ejemplo es, si se quiere, natural en la adolescencia, pero defectuoso en la madurez. Y lo mismo acontece con los antojos del carácter que usan al prójimo. Nuestra naturaleza siente en un principio sus actos desde otro prisma que el inalterable espíritu, si bien con los años tiende a ajustarse paulatinamente a él.
Podríamos continuar reflejando nuestras diferencias -y no menores- hasta completar al menos mil folios. El hándicap de la persona será pues fundamental de cara al veredicto, no solo la falta. En resumidas cuentas, el enfoque para juzgar cada acción que acometemos se realizará también desde nuestro propio prisma, no solo desde el divino.