TW

Con el comienzo de este nuevo año, quiero expresar un deseo profundo: que 2025 sea un año de crecimiento, reflexión y valentía. Hoy comienzo con una preocupación que ha sido recurrente en muchas conversaciones durante las fiestas navideñas: la manera en que enfrentamos la formación de las nuevas generaciones.

Vivimos en una época marcada por lo que podríamos llamar la ‘epidemia de la condescendencia’. Cada vez es más frecuente tratar a los jóvenes como si estuvieran sumidos en un líquido amniótico, incapaces de enfrentarse a la realidad. Este fenómeno, que parece querer protegerlos del dolor y la dificultad, en realidad priva a las nuevas generaciones de las herramientas necesarias para afrontar la vida adulta.

Richard Dawkins recuerda en sus memorias cómo, en su juventud, los estudiantes universitarios aspiraban a parecer mayores: recitaban a Keats, discutían a Bach y se esforzaban por adquirir una cultura sólida. Hoy, en cambio, vemos cómo muchos jóvenes intentan prolongar una adolescencia perpetua, mientras los adultos, en ocasiones, se esfuerzan por parecer jóvenes. Esta tendencia parece reflejar una renuncia al aprendizaje de la madurez.

La adolescencia no debería ser una tierra siniestra, pero sí un espacio de transición en el que se aprende a ser adulto. Sin embargo, en nuestra sociedad actual, el mundo adulto cede terreno a una adolescencia interminable. Esto se traduce en una actitud que no busca la protección como derecho social, sino los mimos perpetuos, un estado de cuidados que pretende evitar cualquier malestar, cualquier confrontación con la verdad o la disonancia.

Este enfoque, lejos de proteger, condena a las generaciones contemporáneas a un desengaño histórico. La vida adulta requiere espíritu crítico, capacidad para razonar, debatir y aceptar opiniones divergentes. Estas habilidades son fundamentales no solo para la madurez personal, sino también para la salud de nuestra democracia. El victimismo, en este contexto, no es otra cosa que una forma moderna de servidumbre.

En este nuevo año, mi invitación es clara: ayudemos a las nuevas generaciones a levantarse por sus propios medios, a abandonar el refugio cómodo pero estéril del líquido amniótico y a enfrentar la vida con las herramientas del pensamiento crítico y la madurez. Solo así podrán construir un futuro verdaderamente sólido y pleno.