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Estarán enterados de que, al menos en Occidente civilizado y debido a la decadencia religiosa que ha convertido la Navidad en una pesadilla con centollos, ahora ya no hay pecados sino delitos. Esto es una noticia excelente considerando que en mi juventud pecábamos hasta de pensamiento, pero como suele suceder con las noticias excelentes, tiene sus inconvenientes, sus más y sus menos, sus pros y sus contras. Porque sin pecados, que eran una obviedad, a veces se hace difícil determinar, catalogar y en su caso castigar legalmente los muchísimos y cada vez más complejos tipos de delito, que con frecuencia exceden la capacidad jurisdiccional. De ahí los enrevesados pollos jurídicos que se montan y los años que han de pasar antes de que se vea la luz al final de un largo proceso, con el lógico malestar de los imputados y la euforia de la industria del bulo.

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Donde a Dios le bastaba con diez leyes o mandamientos, nuestro ordenamiento jurídico y el código penal necesitan centenares de artículos (o miles, no estoy versado), y ni así se aclaran. No sólo resulta casi imposible saber si tal comportamiento fue delictivo o meramente improcedente, inmoral o antiestético, sino también en qué grado, y por tanto, cuál debería ser la pena. Muy polémica siempre, la pena, rara vez satisface a nadie. Esto con los pecados no pasaba. O eran veniales o eran mortales (la mayoría), en cuyo caso te ibas al infierno de cabeza. Con derecho a demora, eso sí. Todo estaba muy claro, y yo de jovencito pecador, sabía perfectamente a qué me exponía, pero también cuándo. Luego, mucho más tarde. Así que sopesando ventajas e inconvenientes, y si la chica consentía de buen grado, pecaba con gusto. La verdad es que echo de menos los pecados, que daban sabor, tacto y olor a la vida, y sobre todo establecían un marco legal diáfano. Porque los delitos son un fárrago y brumoso. No hay quien se aclare, ni los jueces. Hay pecados que no son delito y delitos que no son pecados, con la natural confusión de la opinión pública. Judicialización, habría que decir. De ahí que aproveche estas fechas tan sagradas para recordar que cuando había pecados nos iba mejor. Los delitos ya no hay quien los entienda.