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Viva aún la celebración del nacimiento de Jesús en Nazaret, coincidente con el solsticio de invierno en el hemisferio norte, que representa la victoria de la luz sobre las sombras, van mis recuerdos en primer lugar para nuestros soldados y marineros que la viven fuera de sus hogares, familias y tradiciones. Pero pienso también en unos miskitos cristianos moravos a quienes aprendí a querer hace años, que no pueden celebrarla por la represión que sufren de su propio gobierno de Managua.

Dudo que mi sociedad sea consciente de lo que representa el despliegue actual de nuestros uniformados: 628 efectivos en Adazi y en la base aérea de Lielvarde (Letonia), 841 en Lest y Kuchyna (Eslovaquia), 206 en Cincu (Rumanía), 87 en Amari (Estonia), 137 en Incirlik (Turquia), más las tripulaciones de la fragata «Cristóbal Colón» (232) del buque de aprovisionamiento «Cantabria» (170) y del cazaminas «Tajo» (46), patrullando el Mediterráneo,    Mar del Norte y el Báltico integrados en agrupaciones navales, punta de lanza marítima de la OTAN. Añadir a ellos, los 148 efectivos del destacamento Paznic del Ejército del Aire con F-18 cerca del lago Constanza y una Batería Nassams (87) al sur de Estonia. A estos destacamentos con clara vocación de defensa europea tras la invasión de Ucrania, deben sumarse las unidades que tenemos desplegadas    bajo banderas de Naciones Unidas y de la UE, en El Líbano, República Centroafricana, Somalia, Yibuti. Irak y Mozambique, a quienes he dedicado este verano crónicas sobre su esfuerzo. En casa, muchos vivirán -especialmente la UME- una Navidad particular apoyando con todo su esfuerzo y medios, a unos ciudadanos que todos queremos y que en su himno declaran como «ofrendar nuevas glorias a España». No debo olvidar a nuestros hermanos de la Guardia Civil, de la Policía Nacional y del CNI, algunos de ellos cumpliendo misiones de alto riesgo.

No obstante, todos tienen el denominador común de pertenecer a una sociedad que cree en los valores que entraña el cristianismo y tienen el calor cercano de sus familias y amigos, junto al reconocimiento prácticamente general de nuestra sociedad.

Pero me duele que unos cristianos moravos, a los que aprendí a querer a principios de los noventa, no puedan celebrar esta misma Navidad. Un buen Secretario General de Naciones Unidas y gran amigo de España -Pérez de Cuellar- había conseguido la firma de la paz entre aquel primer régimen sandinista nacido en 1979 y la «contra» revolución apoyada por los EE.UU., que asolaba Nicaragua desde hacía diez años. Uno de los «frentes» de aquella contra, «Yamata», operaba en la Moskitia, una región noratlántica a caballo del río Coco, geográficamente ubicada en el Cabo Gracias a Dios, que incluye también territorios hondureños. Precisamente en la Kiatara, Honduras, se realizó el desarme de aquellas tropas un 16 de abril de 1990

Hicieron tan fácil nuestro trabajo de observadores, entregando sus armas e identificando campos de minas, que ganaron para siempre nuestro respeto. Nunca olvidaré aquel día en que nos confiaron sus armas para proceder a su destrucción. En formación militar, descubiertos, armas a tierra, rezaron pidiendo perdón a Dios por «si sus balas habían causado daño a un semejante». Seguían los preceptos de una religión anterior a Lutero, nacida en la Gran Moravia a finales del siglo XIV. Su fundador Jan Hus fue quemado vivo por hereje en 1415. Ya se sabe que la sangre de los mártires, fructifica. Hoy el cristianismo moravo se expande por medio mundo. Llegaría a Bluefilds -un puerto entrañable del Caribe Sur- en marzo de 1849. Hoy la profesan con grandes dificultades miskitos, sumos, ramas y afrodescendientes de la región, debido a las presiones de un segundo gobierno sandinista -con vocación a perpetuarse- de Daniel Ortega. Lo denunciaron junto a los católicos en el 57 período de sesiones de Naciones Unidas como víctimas de la escalada de violencia desatada contra ellos. La investigadora Martha Patricia Molina1 denunciaba recientemente que entre    2028 y 2024, se han producido 870 agresiones a católicos y 108 a miembros de otras religiones; se han confiscado 19 edificios; 260 religiosos y laicos viven en el exilio -entre ellos el dirigente moravo Francisco Alvicio Watsus en Costa Rica; se han prohibido 9.700 actos religiosos, cerrado 22 medios relacionados con iglesias y 1.200 organizaciones y ONG, cercanas a ellas, en una clara muestra de neutralizar posibles críticas y de borrar la fe en Dios de las mentes de los nicaragüenses.

Viene todo a mi mente en la que se entremezclan recuerdos y vivencias. Soldados españoles despliegan hoy cerca de aquella Moravia (hoy en República Checa) preocupados por lo que sucede en la frontera sur europea. Seguramente ajenos a lo que pasa en una Centroamérica hermana. Pero el mensaje de paz es el mismo para todos.

1 Investigadora católica formada en Salamanca y en la UCA.

* Artículo publicado en «La Razón» el jueves 26 de diciembre de 2024.