Hasta la caída de la Unión Soviética, a finales de 1991, vivíamos en un mundo radicalmente injusto pero cierto. Hoy en día vivimos en un mundo mucho más justo, pero también más incierto. En cualquier sistema de relaciones múltiples no hay nada más preocupante que no saber quien manda o como manda.
En 1991 China no era un país decisivo, empezaba su profunda transformación; Los BRICS no existían o no aportaban nada significativo; el Pacífico distaba mucho de ser importante, pero, en cambio, todos los países iberoamericanos tenían regímenes democráticos con la excepción de Cuba y la UE acababa de aprobar el Tratado de Maastricht que ambicionaba ser la carta constituyente de un proceso definitivo de integración política y económica.
En el orden anterior, surgido de la Segunda Guerra Mundial, se vivía en un difícil equilibrio, con un permanente enfrentamiento entre capitalistas y comunistas y sus respectivas áreas de influencia. Era peligroso, pero el miedo a la guerra enfriaba el ambiente cuando subía el tono.
2 Con la nueva situación se pensó que Estados unidos manejaría mejor la escena internacional ya sin una reacción «comunista» y que la UE se potenciaría, desaparecido el peligro en el frente del este, con la incorporación de 9 países que estuvieron en la URSS o en la órbita de la URSS y 2 países surgidos de la antigua Yugoslavia despiezada.
No ha sido así. China ha emergido como potencia ambiciosa de condicionar el sistema internacional, Estados Unidos se va a sumergir en una enorme incógnita con la elección de Donald Trump y el motor europeo está gripado con las debilidades extremas de sus dos grandes fundadores, Alemania y Francia.
Es muy preocupante la ausencia de dirigentes de calidad a escala mundial y es peligrosa la carencia de un plan global de paz y seguridad. Alemania está sin liderazgo, Francia perdida en un laberinto al que el presidente Macron no le encuentra salida, el Reino Unido dirigida por un líder laborista irrelevante y, curiosamente, la temida presidente italiana Giorgia Meloni es quien ofrece mejor imagen de estabilidad y prudencia.
En un mundo sin categorías ni ideologías claras, los populismos ganan terreno, la socialdemocracia pierde fuelle y ambición y los integrantes del partido popular europeo no encuentran la vía que les de verdadera influencia en Europa.
Los valores se desmoronan y los principios ya no son importantes. La democracia como sistema político y como método de convivencia ciudadana está en peligro ante el avance de quienes ofrecen el bálsamo de Fierabrás.
Si tienen que mandar los que son más poderosos, pero no tienen principios, el mundo será mucho más peligroso de lo que lo fue en el siglo XX. Abróchense loa cinturones que vamos a atravesar una zona de turbulencias.