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La reciente decisión del Gobierno de Pedro Sánchez de programar cien actos de reconocimiento a las víctimas del franquismo para conmemorar el 20 de noviembre, día del fallecimiento de Francisco Franco, levanta dudas sobre la imparcialidad, profundidad y honestidad del discurso oficial en torno a la memoria histórica. Esta decisión no solo perpetúa una visión sesgada de la historia, sino que también olvida, de manera deliberada, las atrocidades cometidas por el bando del Frente Popular, autoproclamado «republicano», durante la Guerra Civil Española.

Es legítimo honrar a las víctimas de cualquier régimen, pero convertir estos homenajes en instrumentos de propaganda que refuerzan un relato maniqueo sobre la historia de España es un acto de irresponsabilidad política y de gran cobardía. La narrativa que promueve Sánchez evita recordar los crímenes cometidos por el Frente Popular y otros sectores del republicanismo radical, creando un marco en el que solo una parte de la sociedad tiene derecho a la memoria.

Sánchez al reescribir la historia a través de una visión unidireccional, olvida episodios que constituyen páginas negras de nuestra historia. Veamos algunas:

1. El martirio religioso: Más de 7.000 clérigos, monjas, obispos y religiosos fueron asesinados brutalmente por su fe durante la Guerra Civil. Este genocidio religioso, único en Europa occidental, incluyó torturas, profanaciones y asesinatos como el de la beata Francisca Espejo, violada y torturada antes de morir.

2. Las masacres de Paracuellos: Cerca de 5.000 personas, incluidos más de 220 niños, fueron ejecutadas en uno de los episodios más atroces de la contienda, bajo la supervisión de figuras como Santiago Carrillo.

3. Los trenes de la muerte y los asesinatos masivos: Cientos de prisioneros fueron masacrados en convoyes ferroviarios, entre otros métodos, sin ningún juicio ni proceso.

4. El bombardeo de Cabra: En 1938, la aviación republicana bombardeó esta localidad granadina, matando a más de un centenar de civiles, en un acto indiscriminado y sin valor militar alguno.

5. El terror en Cataluña: Bajo el liderazgo de Lluís Companys, más de 8.000 personas fueron asesinadas por razones ideológicas o religiosas. Este episodio es ignorado sistemáticamente por quienes idealizan a Companys como símbolo de libertad.

A esto podemos sumar la quema y destrucción de más de 20.000 iglesias, conventos, obras de arte y bibliotecas; el saqueo del patrimonio cultural español y el robo del oro del Banco de España, enviado a la Unión Soviética para financiar al Frente Popular. Estos hechos son tan relevantes para la memoria colectiva como los crímenes de la dictadura franquista, que sin lugar a duda los hubo, pero no encuentran, ni encontrarán espacio en las conmemoraciones del Gobierno.
Pienso que España lo que necesita es celebrar los logros de la reconciliación nacional, fruto de la transición democrática. Deberíamos conmemorar los 50 años de la proclamación del Rey Juan Carlos I, quien renunció a los poderes heredados de Franco para liderar una España democrática.

Este gesto, acompañado por el pacto entre figuras como Manuel Fraga y Santiago Carrillo, que se visualizó en la presentación de carrillo en el Club Siglo XXI por parte de Fraga, simbolizó el abrazo entre las dos Españas.

Y es así como, la Constitución de 1978, fruto del consenso entre diversas ideologías, consolidó un marco de derechos y libertades que permitió superar décadas de enfrentamiento. Sin embargo, Pedro Sánchez, en lugar de celebrar este modelo de convivencia, parece decidido a dinamitar los cimientos de ese acuerdo histórico, alimentando la polarización social y manipulando la memoria colectiva.

Y es que, el Gobierno de Sánchez utiliza la memoria histórica como herramienta política para dividir a los españoles, reabriendo heridas que la transición había comenzado a sanar. Este enfoque no busca justicia ni verdad, sino consolidar un relato oficial que legitime su agenda ideológica. La exclusión de las víctimas del Frente Popular y la omisión de los logros de la transición no solo son un ejercicio de revisionismo, sino también una falta de respeto hacia todos aquellos que sufrieron en ambos bandos.

No hay que negar que Francisco Franco lideró un régimen autoritario y que su legado es objeto de críticas legítimas. Sin embargo, reducir el análisis histórico a una condena unilateral y olvidar los crímenes cometidos por el Frente Popular no solo es injusto, sino que también distorsiona los hechos.

Franco no llegó al poder en un vacío histórico. Su ascenso fue, en gran parte, una respuesta al caos, la violencia y la intolerancia promovidos por ciertos sectores autoproclamados republicanos antes y durante la Guerra Civil. Es más, Franco fue el último de los generales en sumarse al Golpe del 36. Como curiosidad apuntar que sus compañeros de armas, frente a sus dudas, le llamaban «Mis Canarias».

Demonizar exclusivamente a Franco y ensalzar a figuras como Largo Caballero, quien llegó a ser conocido como el «Lenin español», o Juan Negrín, responsable del saqueo del oro del Banco de España, supone una manipulación descarada de la historia. Largo Caballero, por ejemplo, defendió abiertamente la revolución violenta y declaró en 1933: «Si no ganamos, tendremos que ir a la guerra civil declarada». Este discurso, lejos de promover la democracia, sentó las bases de un enfrentamiento fratricida. Hoy por desgracia tengo la sensación de que el actual gobierno empujado por sus socios, intenta revivir dicho enfrentamiento, hecho este que supone una insensata y grave irresponsabilidad.